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AMOR DESBORDADO

Es un libro maravilloso acerca del amor de Dios mostrado a través de una bella historia de amor y de dolor. 

 

Si hubo alguien que conoció y experimentó el amor de Dios fue el personaje de este libro, su historia nos hará vibrar el corazón, lloraremos con él, sufriremos con él, pero al final su gozo será el nuestro.

 

Esta es una historia conmovedora, que le enseñará acerca de ese amor incomparable e inmerecido, que es el amor de Dios por un pueblo, por una humanidad, por usted y por mí. 

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El amor de Dios es como un sol. Así lo anuncian las páginas previas a algunos capítulos.

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Ver ese fondo manchado, del que sobresale un centro luminoso, nos acomoda en la seguridad de que en ese amor hay descanso, todo es certero.

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El intercalamiento de personajes en este texto va al ritmo de la posición de la letra; mientras Gomer y Oseas inclinan sus palabras para hablarnos, Adriana nos habla en trazo vertical, ampliando un poco más los diálogos, y Dios, nuestro Padre, como el profeta, hace una inclinación que nos acerca.  

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Este detalle no es menor e importa tenerlo en cuenta cuando estemos frente al libro, mirándonos en las reflexiones de la autora, identificándonos con los versículos y viviendo con Oseas y Gomer sus momentos históricos, que nos habían llegado de otra manera.

 

Aquí cuentan mucho los detalles y suman los versículos escogidos; si no ¿cómo abordar esa dedicatoria “a aquellos que QUIEREN amar a pesar de todo”? ¿Somos nosotros? ¿Amar implica pesares? ¿No era el amor esa dicha y satisfacción que nos muestra la sociedad? 

 

Comenzamos con una aparente contradicción, pero justamente vamos a leer que:

“La medida como amamos a los demás, es la medida del amor de Dios que ha sido comprendida y asimilada en nuestro corazón”.

Esta historia nos ofrece unas perlas envueltas en papel periódico; van apareciendo sin pompa ni anuncio.  Por esto, el libro exige de nosotros la capacidad de descubrir el detalle escondido, bien sea en boca de Oseas, de Gomer, de Dios o de la autora.

 

La lectura nos expone la condición de imposibilidad del hombre de conocer a Dios “con la vida de su alma”,  para darnos de inmediato la solución: “Dios debe revelarnos sus propósitos y su voluntad a través de su Espíritu Santo …”.  Leemos del “maná muerto”, del “pus de la iniquidad” o que “el pecado contra el amor agrava el pecado”. Vemos parte del anonadamiento que Jesús llevó a cabo, cuando nos encontramos con que “el heredero de todas las cosas vino a trabajar como carpintero”. También somos llevados a no confundir lo exuberante de nuestros frutos con los frutos, pues si no son para el Señor y para los demás, no alimentan, y en esas formas desenvueltas de decirlo, se da la posibilidad de aprender de veras, con familiaridad.

 

La relación entre misericordia, juicio y arrepentimiento y el efecto de este último en la relación nuestra con Dios, sin vagar por disertaciones teológicas de alto pedigrí, van quedando claras. El Israel de los profetas, el mundo y nuestro corazón, resultan idénticos y es propósito claro del libro recordárnoslo.

 

A lo largo de las páginas, sumamos expresiones ciertas y sencillas como materia prima para reflexionar sobre aquello que hemos pasado derecho, en esta carrera por vivir al día, que nos hace descuidar lo importante.

 

Es así es como el libro presenta, a veces solo menciona levemente y otras, desarrolla algunos puntos importantes, de entre tantos que componen el tejido de nuestra fe.

 

Aquí no se paladea a nadie. Si queremos ver a Oseas con su propio problema, lejos de nuestra afortunada vida, tendremos suficientes llamados a equipararnos con Israel, con Gomer, con nuestro pecado y esa naturaleza pecaminosa que Dios ya redimió a través de la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús, para todo el que quiera alcanzar salvación,  porque reconoce su estado de descomposición.

 

Si, en cambio, nos relacionamos con los protagonistas, seguramente identifiquemos nuestras propias faltas al Señor y abriremos la puerta que nos lleva a comprender cómo nuestra vida espiritual y el comportamiento de la nación de Israel no han hecho más que anunciar, por los siglos de los siglos, cuán parecidos, cuán torpes, cuán miserables son nuestras vidas sin Su presencia, alejados de Su perdón, pero, a pesar de todo, tan infinitamente cerca de Su misericordia.

 

Oseas podría ser como un velo que se descorre para hacer ver a Jesús. El mismo llamado que tenemos todos cuando creemos.

 

Las prostitutas ya no solo andan en la 22, sino que viven en el corazón liviano que desconoce a Dios y pretende reemplazarlo por sus propias ambiciones, acomodándolo a sus deseos, acogiendo como prioridad todo menos Él.  Gomer buscaba satisfacción en sus adulterios, Oseas lo sabía, y perdonaba. Israel y Dios son ellos.  Nosotros somos Israel y Dios sigue siendo Dios.

 

Sabiendo esto ¿podríamos seguir en una pagana actitud crítica hacia Oseas, o compadecerlo y hacer el quite a su vida, como algo terrible que le ocurrió a un pobre profeta hace años?

 

¿Continuaríamos mirando tan despectivamente a Gomer, anulando la remediable (si queremos) igualdad entre ella y nosotros? Su insensatez es nuestra falta de conocimiento íntimo de Dios y el desprecio al Señor de la creación. Su posterior languidez es la sed que la mujer samaritana sintió y que tenemos que experimentar y desear, si es que verdaderamente nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. Su estado de padecimiento es en el que hemos de encontrarnos para ver el amor del Señor desbordándose.  Su historia muestra que Dios aplica juicio y lo hace con misericordia: qué tremenda oportunidad!!!!. 

 

La vida de Oseas es una alarma en nuestro día, tiene que despertarnos, tiene que incomodarnos, tiene que prepararnos para perdonar y actuar con misericordia. Es tiempo. Esta historia está vigente.

 

La carne del capítulo 10 no puede dejar de ser digerida.

 

Lo expresado en los párrafos impulsa una necesidad de profundizar por nuestra cuenta, con  las herramientas heredadas por Oseas y Gomer, para recibir estructura espiritual y sobre ella poner la armadura que Pablo aconseja en la carta a los efesios.

 

 

¡¡Es esto lo que necesitamos!!.  La vida espiritual demanda MANOS A LA OBRA, no manos en la obra. Lo primero reta a la acción; lo segundo señala la equivocada costumbre del sincretismo, de andar mezclando la palabra de Dios con las palabras, tendencias e ideas de los hombres. 

 

Aquí está este libro, una invitación a CONOCER a Dios y a reconocernos en Su palabra como  lo hacemos frente al espejo. “Aquel que ama se interesa por conocer”, nos recuerda Adriana.

 

¡¡¡Señor haznos como ríos!!!

Que llevemos tu paz y nos desbordemos.

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Viviana María Segura, lectora. 

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