“En la escuela del dolor” es un libro de conclusiones, que habla de un aprendizaje en una escuela muy particular. Una donde no nos queremos matricular por nuestra propia voluntad. Muchos pasajes bíblicos que aquí se citan tomaron vida y sentido sólo después de haber seguido la historia, pues parecieran ser el resultado de la experiencia de esa autora que ni siquiera está en la contraportada, con la que me he reído hasta el llanto, tan cercana como para confidencias, alguien que no me “enseñalaba” como los primeros autores, sino que abrió su corazón desde la transparencia del entrenamiento recibido, sin medir apariencias ni encumbrarse como maestra de un proceso en el que se muestra tan alumna como cualquier lector de esta obra lo será.
Con su visión de estudiante me ha invitado a imaginar que cuando el dolor toque a mi puerta no me encuentre huyendo por los techos ni recitando versículos que no entienda, sino confiada en el poder de nuestro Dios real, soberano, amante y misericordioso que también por este medio se está dando a conocer a cada uno y cada una de nosotras.
Aquí hay alimento para quien ha perdido, para quien no considera justo algo, para quien se ha desprendido sin haber querido hacerlo, para quien logre llegar a avergonzarse de hallarse tan autónomo frente a un Dios que es autoridad y amor, para quien no ha encontrado consuelo y ha pensado que Dios se ha ensañado con él o ella. También para quien crea que no necesita aprender, pues su tono es tan sencillo que sabe sembrar lo innegablemente real.
En estas páginas encontré una historia que no era mía pero se volvió propia a través de Sus manos sabias, Su corazón incondicional, Su orden de vida, Su reto de amor en la pérdida (volver al epígrafe de Spurgeon). Su amor constante de Padre.
Aquí hallé con claridad que la aceptación es parte fundamental del caminar con Dios.
Avanzando en la lectura encontré a Manolo, lo conocí, aplaudí sus comentarios, sus decisiones, deseé con él no morir y aferrarme a la vida, tuve rabia y desconsuelo, tuve miedo de dejar todo esto que tan fácilmente se cree propio, como él ¡tuve tanto dolor de pensar en el dolor causado por mi ausencia!...pero también con él vi posible que un día, aunque todo esto pase o me pase, hay una perfección que nos espera y que se va alcanzando progresivamente en la medida en que la muerte vaya surtiendo su efecto en nuestro orgullo, poder, éxito, convicciones, planes, inseguridades y seguridades. Es increíble cómo Manolo nos resume. Es bonito y valioso cómo Adriana nos aconseja y precede en un camino inesquivable.
¡¡Hay apartes con los que me identifiqué tanto!! (pág. 29 abajo, pág. 51 abajo, pág. 113 abajo).
Quiero resaltar no sólo el libro como producto de obediencia a la necesidad de escribir la historia y rearmarla en la mente con el desgarro del corazón pero con el aliento de Cristo, sino hablar del hecho mismo de haberlo escrito.
Hoy es quizá el momento de ingresar a esta escuela del dolor, con la seguridad que Dios no va a dejar vacíos de enseñanza, va a ser el más pedagógico de los maestros y nos va a llevar a exclamar con convicción: “Dios dio y Dios quitó”.
Viviana Segura, lectora.
Un buen libro cristocéntrico, que nos lleva a través de la senda de la Cruz, del sufrimiento, del dolor. Escrito por alguien que ha experimentado su cuota de los sacrificios de Cristo en Su pasión, Getsemaní, crucifixión, sepultura y resurrección; es decir, una crucificada levantada en victoria y, por tanto, autorizada para hablarnos de la Cruz. Si está dispuesto a ser valiente e inscribirse en La Escuela del Dolor, y mirar al dolor cara a cara para poder experimentar la gloria de la resurrección, este libro le ayudará mucho.
José María Armesto, un lector en España.
Este libro es un soplo de aliento para nuestra vida.
Claudia Vargas, lectora.
Cuando leí esté libro, medité en la forma en que nuestro Padre Celestial, en su sabiduría y amor, saca provecho del dolor y del sufrimiento, a veces llevado al extremo o hasta dónde el Señor sabe que podemos soportar, para sacar lo mejor de nosotros. En el sufrimiento a veces no entendemos por qué nos está pasando eso, pero después pasado el tiempo, agradecemos a Dios por lo que permitió. Un gran libro que deben leer.
Piedad Hortensia Navarro, lectora.