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Adriana Lelión

AMAR SIN EXPECTATIVAS


Hace mucho que no escribo un artículo, he estado en la elaboración de mi cuarto libro y con muchos cambios en mi vida. Para mucha gente este año fue fatal, pero para mí fue lo que el Señor dijo desde el comienzo, un año de reinicio; y eso no quiere decir que todo haya sido color de rosa, simplemente fue un año de comenzar diversas cosas y aprender en el camino mucho más acerca del Señor y de mí misma.


Este nuevo libro ha sido de gran bendición a mi vida, es un libro que trata del amor, pero no de ese amor romántico que encontramos en las novelas rosas de televisión o en el cine, sino de ese amor que trasciende, cosa que me ha costado toda la vida y me seguirá costando hasta que el Señor perfeccione por completo su amor en mí.


Amar con los ojos descubiertos es algo que cuesta a nuestra carne, bueno, a la mía, quizás ustedes sean más perfectos que yo en esa área; sin embargo, Dios sigue tratando mi vida cada día en esta cuestión.


Por eso, hoy quiero compartir de algo que Dios ha estado hablando en el secreto de mi vida. Dice Marcos 10:22: “Mas él, entristecido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”.


Este joven rico se fue muy decepcionado, se sintió defraudado ante las palabras de Jesús. En cambio, Cristo no se sintió decepcionado por la actitud de él, Jesús sabía lo que había en el corazón de los hombres, por eso nunca se sintió defraudado por ninguno de los comportamientos de ellos hacia él. Dios ve las cosas mucho antes de que sucedan, a él no lo toma nada por sorpresa. Él nunca se sorprende, por lo tanto, nunca se decepciona, como sí lo hacemos nosotros y como nunca se decepciona, pues nunca se desanima por los comportamientos de nosotros.


Si amaramos como el Señor ama, no esperaríamos nada de nadie. Nosotros siempre esperamos un resultado, una respuesta positiva a nuestras expectativas y si eso no se da, nos sentimos decepcionados por los demás, nos resentimos y les damos la espalda. A mí me ha pasado y sé que a los demás les ha pasado conmigo.


Por ejemplo, yo soy muy amorosa y sociable, pero me desaparezco de vez en cuando, me pierdo en mis escritos y mis lecturas, y en las responsabilidades de la vida diaria, con los años me volví así (la gente cambia), pero no quiere decir que no ame a mis amigos por mis intensos silencios, a veces algunos creen que estoy disgustada; sin embargo, los que me conocen realmente, saben que soy así y cuando retomamos la conversación después de días o meses o hasta años, todo sigue igual. Así que, muchos podrán sentirse defraudados conmigo porque no soy tan apegada como creían.


Siempre estamos esperando algo de alguien, nuestro amor no es incondicional como el amor de Cristo, nuestro amor es egoísta y se ofende con facilidad, somos susceptibles por naturaleza. Si un amigo no nos tiene en cuenta para un trabajo nos resentimos, si le regalamos algo a alguien y no recibimos el agradecimiento o la reacción esperada, nos enojamos, si le escribes un correo o un WhatsApp a alguien y no te responde inmediatamente o no responde según tus expectativas, estallamos en ira o nos entristecemos.


La marca del nuevo nacimiento es el amor incondicional (1 Juan), ese amor que da sin esperar nada a cambio y ese programa no viene instalado en la Macintosh de nuestra naturaleza. La dependencia de los resultados es un tipo de manipulación, es lo típico de un amor egoísta, lleno del “yo”, carnal por naturaleza; alguien que no está completo y satisfecho en sí mismo siempre necesitará que los demás lo aprueben, lo afirmen y le den seguridad, y si no lo obtiene, estalla en ira infernal o simplemente voltea la espalda como el joven rico.


Debemos aprender a amar sin esperar nada a cambio, el Señor dijo en Lucas 6: 38: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro seno; porque con la misma medida que midieres, os será vuelto a medir”. Amamos sin esperar nada, lo hacemos para Él y porque su amor se ha ido perfeccionando en nosotros.


Así mismo, muchos esperan que el Señor llene sus expectativas, sus anhelos de grandeza, de prosperidad, de aceptación y caen en gran decepción cuando se dan cuenta que el Señor no llena sus expectativas y muchos se deprimen y hasta dejan la fe, así como este joven rico, dan la espalda a Jesús porque quedaron completamente defraudados.


Jesús nunca buscó nada para sí mismo, nunca buscó ser el centro de atención, Él amaba incondicionalmente sabiendo que no podía esperar nada de nadie, pues conocía los corazones de las personas a su alrededor, Él conocía muy bien a estos doce hombres escogidos y, sin embargo, no esperó nada de ellos, él sabía que la naturaleza del ser humano es egoísta por naturaleza, es arrogante, es altiva.


Él no esperaba que sus discípulos fueran fieles solo por el hecho de multiplicarles los peces y los panes o lavarles los pies o por las enseñanzas y el tiempo que les otorgó. Él hizo todo esto por ellos aun sabiendo que lo abandonarían y que uno de ellos lo traicionaría. Él dijo: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, no dijo: “todo lo que hice por ustedes, todo lo que les di y me pagan de esta manera”.


En cambio, nosotros esperamos que los demás sean buenos y justos, nos apoyen incondicionalmente porque les hemos dado amor a cambio, porque les hemos otorgado tiempo, dádivas y demás. Decimos “puedo contar con fulanito y sutanito, pero con el resto no”, cuántas veces hemos razonado de esta manera, cuántas veces hemos sentido amargura en el corazón porque los demás no respondieron de la manera que nosotros esperábamos, porque idealizamos a las personas, hicimos en nuestra cabeza un ideal de las personas de acuerdo a lo que queríamos de ellas, no a lo que son realmente, seres humanos como nosotros.


Cuántas veces hemos esperado que nos visite un amigo o un hermano en Cristo o un familiar y no lo hicieron, cuántas veces hemos esperado que los demás sean amables con nosotros, que los demás nos escuchen, que el cónyuge sea de cierta manera y nos ame de cierta manera, que el esposo sea comprensivo y nos ame como nosotras queremos, que la esposa te honre, que tus hijos te obedezcan y que tus padres comprendan tu forma de pensar, esperamos ser afirmados, aplaudidos y compadecidos.


Esperamos que los demás se comporten como ángeles, que nos amen como Cristo nos ama y muchas veces no lo van a hacer. Esperamos que aprueben nuestras decisiones, que nos den el reconocimiento que esperamos, porque siempre estamos esperando llamar la atención y buscar algo para nosotros mismos. A veces razonamos que no podemos esperar nada de aquellos que no conocen a Jesús, pero cuando son los mismos hermanos en Cristo que nos defraudan, nos sentimos más defraudados y nos resentimos con ellos.


Los predicadores modernos prometen prosperidad, sanidad y victoria, y cuando Dios se niega a darnos esto, entonces estallamos en ira contra Dios, porque estamos llenos de falsas expectativas, y no es que el Señor no pueda darnos esto, es que él tiene el derecho de darlas cuando quiera y como quiera.


José había podido sentirse decepcionado, pasaron dos años y el príncipe de los maestresalas se olvidó de él; sin embargo, él entendió el propósito del Señor en este asunto y se dejó tratar el corazón. Muchas de nuestras oraciones se centran en querer manipular al Señor, querer manipular a las personas y a las circunstancias, cuando el Señor es dueña de ellas y tiene el control de todo. Muchas de nuestras oraciones espirituales están plagadas del “yo”, oramos de acuerdo a nuestro corazón y no de acuerdo al corazón de Dios.

Y si el Señor no responde conforme a lo que esperábamos, le damos la espalda y nos vamos tristes de su presencia. Nuestra naturaleza es egoísta, terca y codiciosa y el Señor nos trata el corazón, negándonos lo que deseamos y llevándonos por un camino de renuncia y de muerte para conformarnos a su Hijo.


Dios puso en aprietos a Job, para enseñarle una gran verdad, lo que tenemos no es producto de nuestra propia justicia, es por su misericordia, él era un hombre justo, pero lo que poseía no era producto de su propia justicia, sino por el Señor, y fue puesto en el crisol de la prueba para que lo entendiera y así seremos puestos nosotros; sin embargo, tomar la cruz y seguirle no es para obtener más de las bendiciones del Señor, es para ser conformados a su imagen.


Dios debe probarnos para saber si lo seguimos por sus bendiciones o por Él mismo, por amor a Él, y nos pondrá en el horno de fuego, para ver si encontramos al cuarto hombre caminando entre las llamas, nos pondrá frente a los leones para llevarnos cara a cara con Él. Cuántas veces hemos caminado junto a zarzas ardiendo y no nos hemos quitado las sandalias, porque nuestros ojos están cerrados. Son esas obediencias diarias las que Dios anhela de nosotros, así nuestras expectativas queden rotas.


Este joven rico se entristeció contra Dios, pues no le dio la respuesta esperada, ahí mismo en el núcleo de su ser estaba su insatisfacción, solamente cuando somos reducidos a Cristo aprenderemos a aceptar lo que el Señor nos dé, así no llene nuestras expectativas, para que cuando el gallo cante no caigamos en la trampa de nuestro corazón, sino seamos liberados de todo nuestro “yo”.


No esperemos nada de los demás, no busquemos nada para nosotros mismos, simplemente amemos con el amor incondicional de Cristo y seamos felices amando y disfrutando al Señor sin esperar nada a cambio, con tenerlo a Él, ya lo tenemos todo, lo demás es añadidura.

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