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Adriana Lelión

LA PEQUEÑA NUBE



Mientras realizaba mi caminata matutina con Tita, esta imagen llamó mi atención y esta vez sí llevaba mi celular y pude tomar la foto. Esto me recordó al siervo de Elías en primera de Reyes capítulo 18.


"Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje". 1 Reyes 18: 43 - 44 No había señales de lluvia por ningún lado. En las crisis de nuestras vidas a veces Dios parece disperso, distante, callado, quieto, olvidadizo. Momentos en que nuestra fe es probada, no vemos nada, no hay respuesta, todo sigue igual. Tanto luchar, orar, esperar y no hay nube, no hay lluvia, hay sequía total. ─ Que no hay nada, ya he subido siete veces y nada ─ le dijo el siervo a Elías. Desespero absoluto. ─Solo una vez más ─ dijo Elías. Y subió y vio una pequeña nube. Ante la inmensidad de un cielo azul una pequeña nube no hace la diferencia. Pero, esa nube es una señal, una señal que Dios irrumpe en una situación cuando menos se lo espera. Y esa pequeña nube agranda nuestra fe, Dios puede hacer todo de la nada, Dios da vida a lo que yace muerto y llama a las cosas que no son como si fuesen. Esa fue la señal de Elías para decirle a Acab que iba a llover. Dios nos da pequeños destellos de gracia, destellos de su gloria. Y mientras esperamos, Dios nos está haciendo como aquel siervo, obedientes, persistentes aun sin vislumbrar nada, Dios quiere llevarse el crédito y hacer las cosas para su gloria, no para que nosotros seamos exaltados, esa pequeña nube es una muestra de la grandiosa obra de Dios en la debilidad. Dios forja la fe de Él en nosotros a través de su demora, de nuestra espera en Él. Y mientras esperamos observar la nube en el horizonte, Dios nos da perseverancia, nos enseña a no dudar, a no desesperarnos, a no tirar la toalla y a obedecer en esos pequeños actos ─sube al monte y mira─. Llovió sí, pero más importante que la lluvia o las respuestas a nuestras oraciones, nuestra fe en Él fue fortalecida y la fe de Él en nosotros fue formada. La batalla interior de nuestro corazón fue vencida.

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