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DANZANDO EN LA TORMENTA

Adriana Lelión

Las tormentas me persiguen y siempre me toman desprevenida. Un día me sorprendió en medio del mar. Ese pequeño barco se agitaba salvajemente, parecía que se iba a partir. Todos los que íbamos ahí parecíamos pollitos mojados, mientras el guía nos decía, con una gran sonrisa, que nos levantáramos para ver la belleza de la isla de San Andrés. Yo me puse en pie, titiritando de frío, pero lo único que vi fue la lluvia y los fuertes vientos que levantaban las olas y los truenos que resplandecían a lo lejos. Fue un gran susto.


Y el año pasado, mientras esperaba mi transporte, comenzaron a caer unas pocas gotas y, de un momento a otro, la lluvia se acrecentó, con granizo y un frío intenso. Los árboles comenzaron a moverse, de tal manera, que pensé que se iban a caer. Y en menos de nada, la lluvia se fue, el viento se calmó, los árboles se aquietaron y todo se quedó en silencio. Así son las tormentas de la vida, llegan de repente, te mojan, te despeinan, sientes un frío aterrador, mientras escuchas a lo lejos los truenos y piensas que nunca acabarán, pero como todo en la vida, las tempestades pasan.  Nada dura para siempre, aun los momentos malos.


Y esto me recordó, la ocasión cuando Jesús terminó de alimentar a la multitud y les insistió a los discípulos que subieran a la barca. Esta palabra insistir es anankázo en griego. Y significa: obligar, constreñir, en el sentido de urgencia, cuando hay alguna necesidad apremiante. Es decir, los sacó amablemente. Deseaba enseñarles una gran lección y necesitaba que estuvieran en medio del mar.


Y por fin se marcharon, mientras Jesús despedía a la gente. Y cuando se quedó solo, se fue al monte a orar. Y una vez que la barca se hallaba mar adentro, se desató una gran tormenta y las olas azotaban ese pequeño barco. Y entre las 3 y las 6 de la mañana, Jesús se les acercó caminando sobre las aguas. Los discípulos se llevaron un gran susto y pensaron que era un fantasma. ¡Estaban aterrorizados! Y antes de que les diera un infarto, Jesús se apresuró a calmarlos.


Y el joven discípulo Pedro, audazmente (como era su costumbre), le dijo que, si era Jesús, lo llamara para que fuera con Él a las aguas. Y Pedro salió de la barca y cuando vio las olas y el poderío (isjurós: fortísimo, poderoso) del viento, se puso muy nervioso. Y la piedrecita pequeña, se estaba hundiendo como una roca en el mar; en ese momento, Jesús extendió su mano y lo agarró. Y me imagino que mientras recuperaba el aliento y escupía el agua que había tragado, escuchó decir al Maestro —quizás con una leve sonrisa juguetona—: “Corazón, ¿qué te pasa?”.  Y me encantó como tradujo esta parte Eugene Peterson en la versión de la Biblia "The Message". (Leer mateo 14: 22 – 33 MSG).


A Pedro se le olvidó que el poderío del Señor es más fuerte que el viento impetuoso en una tormenta. Y no lo culpo, suspiro, porque así somos tú y yo.  


Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso (isjurós: fortísimo, poderoso) que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Mateo 3: 11


Y esas tormentas de la vida, se llaman pruebas. Y llegan para revelarnos las inconsistencias entre lo que creemos y cómo vivimos esa realidad. Las tormentas revelan quiénes somos, no para desanimarnos, sino para hacernos crecer. La fe de Pedro fue puesta a prueba ese día, al igual que sucede con nosotros cuando tropezamos y caemos cuando nuestra fe es probada en las tormentas de la vida.


Pedro tuvo que pasar por muchas pruebas hasta llegar a la prueba final ―la negación―, para que se diera cuenta de la debilidad de su carne, aunque su espíritu estuviera dispuesto a amar y a obedecer al Señor. No se conocía a sí mismo, no veía su debilidad, pero el Señor sí lo sabía. Y cuando lloró lágrimas amargas, fue el momento más revelador de su vida; en su fracaso, fue quebrantado y su yo fue reducido a Cristo. Aprendió a no confiar en su carne y a depender solo de la fuerza de Jesús, a quien ni el viento ni las olas ni el mar lo desestabilizan.


Pedro fue transformado y por esto llegó a dar su vida por el Maestro, sin una gota de miedo.  

 

¿Estás en medio de alguna tormenta? Quizás es interna, tus emociones están arrebatadas como el viento. O quizás es externa. Circunstancias que están fuera de tu control. Dios tiene un propósito que está más allá de tu entendimiento.


En este momento hay muchas cosas que están fuera de mi control. Entonces, ¿qué hago? Espero que pase la tormenta, me refugio en Dios, creyendo que todas las cosas obran para mi bien. Jesús quiere que aprenda a confiar en Él y que me deje tratar el corazón.


Y este es un principio también para ti en medio de las tormentas de tu vida, en medio de las situaciones por las que estés atravesando. Cada tormenta, le va a dar un golpe certero a nuestro orgullo y a nuestra independencia, para que aprendamos a depender del Señor Jesús. A través de las tempestades, Dios nos purga, nos perfecciona, nos despoja, nos refina y nos moldea a la imagen de Cristo.


No hay nada que puedas hacer frente a las tormentas, solo el Señor tiene el control de todas las cosas. Él las utilizará para que tú y yo seamos reducidos a Cristo, para hacernos crecer en la fe de Él. Dios obrará a su manera, y mientras eso sucede, Él puede trabajar en tu corazón y forjar su carácter en ti. Y en la dulce espera, aprenderás a confiar en Él y a descansar en sus tiempos y movimientos. La fe de Él se forja en las tormentas, no en la vida fácil y ligera.


Y más que calmar la tormenta, Jesús desea enseñarnos a danzar al ritmo de su corazón bajo la lluvia. 


Espero que esto sea de consuelo hoy para tu vida.


A.L.

 

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