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Adriana Lelión

SÉ LUZ EN MEDIO DE LA OSCURIDAD


Tomado de pixabay.com

Hace unos días estuve visitando a mis tías en Honda, Tolima. Y el primer día, cuando saqué a Tita a hacer sus necesidades, vi una nueva vecina, una señora mayor, estaba sentada frente a su puerta. Me sonrió y le sonreí, me preguntó por la perrita y me hizo la charla. Al siguiente día, en las horas de la noche volvió a hacerme la charla, sentí que debía quedarme un poco más y tan solo escucharla. Es una mujer marcada por el dolor y la tragedia, y vi su necesidad de ser escuchada.  Me despedí con la tristeza de no haber podido tener más tiempo para ella. Pero hice lo que el Señor me empujó a hacer en ese momento, tan solo escucharla.

 

Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa. De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial. Mateo 5: 14 – 16 NTV

 

No necesitamos ser nombrados sacerdotes, pastores o líderes para hacer la labor que todos debemos hacer, ser luz en un mundo lleno de oscuridad porque fuimos trasladados de las tinieblas a la luz gloriosa del Señor Jesús (1 Pedro 2: 9 - Colosenses 1: 13 – 14). No tenemos que hablar bonito ni ser elocuentes o sabernos de memoria toda la doctrina bíblica. Necesitamos poseer el corazón de Cristo.

 

Jesús escogió hombres y mujeres comunes y corrientes. Hombres pescadores, mal hablados, ordinarios, con sus manos callosas por las redes, curtidos por el olor a pescado. Entre ellos había un zelote, es decir, un guerrillero; un cobrador de impuestos, o sea, un vendido al gobierno. Y a todos ellos los puso a trabajar de dos en dos, los sentó en una mesa, los amó y los envió.

 

No tenemos que tener un púlpito, ahí está el vecino, el de la tienda, el que va a nuestro lado en un bus, el amigo, el compañero de trabajo, el familiar. No es tomar una cartilla, obligarlos a aprender toda la doctrina, meterles la Biblia por los ojos, llevarlos a nuestra congregación y decirles que esta sí es la que es. Jesús nunca utilizó la manipulación para hacer que la gente lo siguiera o lo eligiera. 

 

Somos testimonio vivo de lo que Cristo es y ha hecho en nosotros. Es compartir un plato de comida, remangarnos la camisa y lavar los trastes de alguien que no puede, servir a quien nunca nos va a devolver el favor, escuchar a los demás, orar por ellos, reír cuando ríen y llorar cuando lloran, es compartir de aquello que Cristo nos ha dado gratuitamente, es mostrarles a Jesús con nuestra vida, más que con palabras o con versículos aprendidos de memoria, y que quizás ni nosotros mismos ponemos en práctica.

 

¡Cuánto de Jesús nos hace falta! Cristo mostró a su Padre a través de su vida, no solo les enseñó acerca de Él, lo reveló con su trato hacia ellos, cuando compartía una comida, cuando bebía una copa de vino junto a ellos, cuando reía y caminaba a su lado en esas largas jornadas. Jesús era tan humano y Dios Perfecto, y tan cercano como para que nadie huyera de Él. Nadie se sentía intimidado ante su presencia, todos querían estar junto a Jesús. ¿Sabes una cosa?, los niños son muy selectivos, como los perros, ellos sienten quién los quiere y quién no, los niños se acercaban a Él confiadamente.

 

Jesús no ofreció gracia barata a nadie, pero ninguna persona de dudosa reputación huyó de Él, se sentaban a comer a su lado. En cambio, nosotros sí huimos de aquellos que consideramos de dudosa reputación, porque qué dirán los demás, me “contamino”. No estamos ofreciendo gracia barata, sabemos que el pecado y la iniquidad nos apartan del Señor, y no tenemos que hacer lo que los demás hacen para ser empáticos, pero si alguien tiene que contenerse cuando está con nosotros o esconder su botella de trago o su cigarro y fingir algo que no es, no estamos mostrando a Jesús, no estamos amando como Él nos instó a amar.

 

No creo que estas personas ocultaran delante de Jesús quiénes eran, ellos corrían a Él porque Él lo sabía y a pesar de todo, los amaba y los cautivaba de tal manera que ellos podían dejar su vida de pecado por amor a Jesús y seguirle. “Vete y no peques más”, fue lo que esta mujer tomada en el acto de adulterio escuchó; nosotros la hubiéramos reprendido, descalificado y acusado de desobediente.

 

Jesús amó a las personas y los fariseos podían acusarlo de todo, hasta de comilón y bebedor de vino, pero nunca de no amar a alguien. Mostramos a Cristo, así como Él mostró a su Padre. ¿Cómo verán los demás a Jesús sino es través de nosotros? Somos cartas vivientes, estamos siendo perfeccionados para mostrar a Jesús a un mundo roto por el pecado y la maldad, no solo para enseñar de Él o hablar cosas bonitas de Jesús.

 

Vemos a las personas paradas al borde del abismo y les gritamos de lejos: “no te tiresssssss”. Cuando Jesús regresó de la tentación en el desierto, en el poder del Espíritu, se fue el templo, abrió Las Escrituras y leyó:

 

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.

 

Fue ungido para ir y servir, amar y dar su vida en rescate de toda la humanidad. Creo que tenemos muy desviado el concepto de la unción. Cristo se dio a sí mismo por todos nosotros. Vino a llevarnos de regreso a su Padre, a sanar a las ovejas maltratadas por la clase clerical, por aquellos religiosos que se consideraban mejores.

 

Por eso no le importó perder su reputación al sentarse a comer con aquellos que necesitaban ser salvos de su maldad. Pero nosotros no nos rodeamos de pecadores, ahora andamos con “santos” igual que “nosotros”. Dejamos a un lado a aquellos que no están en nuestra misma sintonía.

 

Mostramos a Cristo respetando el poder de decisión de los demás, seguimos siendo sus amigos y oramos por ellos, aunque no sigan los mismos caminos que nosotros. No mostramos a Cristo engañando, mintiendo, manipulando de alguna manera, usando a los demás para lograr nuestros objetivos, nos enfocamos en Jesús, no en las doctrinas o lugares de congregación, mostramos a Cristo de acuerdo a lo que Él es nosotros, damos de comer a otros de los frutos que Él mismo ha forjado en nuestros corazones.

 

Cuando Jesús se inclinó para lavar los pies de los discípulos, estos estaban sucios, llenos de tierra, sin embargo, a Él no le importó, aun sabiendo que olían a sudor o que quizás tenían las uñas sin cortar. Y lo hizo porque los amó. Jesús no les dijo: “oigan muchachos, yo los amo mucho”. No, Él se ciñó la toalla y se postró. Él sabe que somos pecadores, sin embargo, su amor va más allá de nuestra naturaleza y se inclina a nosotros para limpiarnos.

 

Esa labor era hecha por los esclavos y si la familia era pobre, lo hacía el mismo anfitrión. Y Pedro no quería ser lavado, pensó que esa tarea no era digna del Señor. Y el Señor Jesús le enseñó una gran lección: “Pedro si no te dejas lavar por mí, no tendrás parte conmigo, no tendrás comunión conmigo”. Cuántas máscaras tenemos, mostramos la parte lavada a los demás y lo sucio lo escondemos, y a veces lo escondemos porque la gente es implacable, así que lo que mostramos a otros es nuestra parte más arregladita. Nuestra vida está desorganizada en muchos aspectos y debemos reconocerlo para ser libres y sinceros, sin apariencias.

 

Y ese día Jesús les enseñó que debemos mostrar lo que somos, sin máscaras porque Dios quiere limpiarnos. Y también nos instruyó a lavar los pies de los demás, pues los pies se ensucian por el diario vivir. Todos peleamos batallas, llevamos cargas pesadas en nuestro hogar, trabajo, en la convivencia con los demás, luchamos con nuestras debilidades y que alguien lave nuestros pies es una gran bendición.

 

Hay gente que es una caña cascada y nosotros la quebramos con preguntas o afirmaciones, en vez de decirle: ¿Cómo te sientes? Podemos lavar los pies de los demás solo escuchando, como lo hice yo con aquella señora, sin juicios ni prejuicios. Si no nos lavamos los pies unos a otros no tendremos parte con Él, no tendremos comunión con Él y no tendremos comunión unos con otros.  

 

La Iglesia no ha impactado al mundo porque no tiene amor, posee grandes templos, catedrales, edificios, bandas musicales y todo un engranaje organizacional, sin embargo, no hay amor. Se manipula, se usan a las personas para intereses propios, para crear reinos propios, para tener fama y reputación en el medio cristiano, pero al final nada de esto servirá.

 

Si no nos remangamos y servimos, si no tratamos bien a los demás, si no a amamos de corazón, de nada sirve lo que hagamos para Dios. Esa fue la obediencia de Jesús a su Padre, Él no llegó a darles cátedra, enseñó a amar amando, enseñó a perdonar perdonando, enseñó a dar dando, les enseñó a servir sirviendo.

 

¿Y qué haremos nosotros? ¿Azotaremos a la gente con versículos bíblicos? ¿Los llevaremos a que oren la oración del pecador como en una especie de neurosis colectiva? ¿Los obligaremos a ir a nuestra congregación? Necesitamos ser luz en medio de las tinieblas, necesitamos lavarnos los pies los unos a los otros, necesitamos que la vida de Jesús sea vivida en nosotros para amar y servir como Él lo hace, necesitamos que Él aumente y nosotros disminuyamos, no para ofrecer gracia barata, sino para mostrarles a Cristo.

 

Y cuando la gente se enamore de Jesús y sea cautivada por su amor, Él se encargará de derribar sus ídolos, de limpiar y desarraigar su pecados e iniquidades más ocultas, de sanar y restaurar sus partes rotas, de liberarlos de todo yugo, incluso del yugo de la religión, de transformarlos a su imagen por la obra de su Espíritu en ellos; ese es su trabajo, no el nuestro, nuestra labor tan solo es amarlos y mostrarles a Jesús con nuestra vida.

 

Hasta la próxima.


A.L.

 

 

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