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FLORECIENDO EN EL EXILIO

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Esta enseñanza la escribí ocho días después de realizar un pequeño homenaje a la memoria de mi tía Hilda; fue algo muy especial, lanzamos globos al cielo, recordando su vida y las huellas que dejó en cada uno de nuestros corazones. Y hacer esto trajo a mi memoria la importancia para los judíos del duelo y del entierro de sus muertos.


¿Te acuerdas que José de Arimatea compró la tumba donde fue puesto nuestro Señor y Nicodemo gastó mucho dinero en especias aromáticas para ungir a Jesús y trajo la tela de lino fino? Esto era una señal de un entierro honroso. El acto de Nicodemo fue una expresión de devoción absoluta, por eso no se midió en gastos. El duelo público era de vital importancia y el entierro era un acto de amor. El duelo lo expresaban rasgando sus vestiduras o se cubrían de cilicio, se golpeaban en el pecho, se arrancaban el cabello y se lamentaban con gran lloro, como Abraham con la muerte de su bella Sara. Tenlo en cuenta para cuando las personas te digan de manera despectiva que no debemos darle tanta importancia a un funeral ―porque a mí me lo han dicho―. ¡No les prestes atención!


Y después de contarte esto, aquí está la enseñanza de hoy:


“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dijo el SEÑOR, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. Jeremías 29: 11


Y cuando leemos Jeremías, este versículo sobresale de nuestras biblias y lo resaltamos con color fosforescente. Pero olvidamos el trasfondo.


El pueblo de Israel había desobedecido al Señor una y otra vez, ellos habían tomado dioses ajenos, su corazón se había endurecido cada vez más con el paso del tiempo. Entonces por causa de esta desobediencia, Jerusalén iba a caer e iba ser enviada al exilio en Babilonia.  


Y había un profeta falso llamado Hananías, él les profetizó que habría paz para Israel, que Dios quebrantaría el yugo del rey de Babilonia y que pronto volverían a Jerusalén. (Jeremías 28). Es decir, les dijo que todo iba a ir bien, que no se preocuparan. Pero no dijo la verdad, mintió.


Y en este momento hay muchos Hananías prometiendo bienestar, paz y prosperidad. Y nosotros podemos ser como Hananías cuando nos predicamos a nosotros mismos el evangelio de la prosperidad, cuando anhelamos la comodidad. Todos hemos escuchado en algún momento: “La bendición está por llegar, reclámala, decrétala, es tu victoria, tómala”. Y empatamos con Jeremías 29: 11. Deseamos el crecimiento, anhelamos florecer, pero sin pasar por el exilio, sin atravesar la sequía, sin transitar por el desierto. Somos culpables de desear las cebollas, el pescado, el ajo, los puerros y los melones de Egipto, y despreciamos el desierto. Deseamos la fuerza de Dios sin el Getsemaní, deseamos la vida sin la muerte, deseamos la ganancia sin dolor, deseamos la victoria sin el foso de los leones o sin el horno de fuego.


Jeremías le dijo a Hananías que mientras él les prometía que los yugos de madera iban a ser quebrados, se les pondrían yugos de hierro. Jeremías le dijo a Hananías que iba a morir pronto por causa de su mentira, de su falsedad y porque había hablado rebelión. Y Hananías murió como lo profetizó Jeremías.


Y en el capítulo 29, Jeremías les dice que su exilio sí o sí, iba a suceder. Pero que edificaran casas y que moraran en ellas, que plantaran huertos y comieran de sus frutos, que engendraran hijos e hijas, que se casaran, que procuraran la paz en el lugar al cual el Señor lo iba a enviar, que sintieran ese lugar como su casa, que trabajaran por el bien de esa nación y que oraran por ese lugar, porque en la paz de los babilónicos ellos tendrían paz. ¿Dios lo iba a liberar? Sí. ¿Los iba a aliviar en algún momento? Sí. Sin embargo, no sería pronto, sería en el tiempo de Dios.  


Y esto nos enseña muchas cosas. Dios no nos llama a huir de las situaciones ni de las circunstancias adversas, nos llama a abrazarlas en sus fuerzas, porque Él lo ha vencido todo.


Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16: 33 LBLA


La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14: 27 LBLA


Él es nuestra fortaleza en medio de las dificultades y es a través de esas dificultades que el Señor nos llevará a crecer en la vida de Jesús.


Somo exiliados, somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, anhelamos un reino mejor, pero estamos aquí, no podemos meternos en una especie de burbuja, es aquí en medio de este mundo roto que podemos florecer. Es en medio de todo lo que sucede a nuestro alrededor que podemos ver la bondad del Señor y tener sus fuerzas. Dios no nos llama a escapar, sino a prosperar por medio de pruebas, dificultades y tribulaciones. En Él tenemos esperanza, cada mañana es una oportunidad para ver la grandeza de Dios actuar a través de nuestras circunstancias, cada mañana cuando el sol se levanta, es el inicio para observar al Señor en cada instante de nuestra vida. Dios es nuestro nuevo comienzo en la tierra de nuestro exilio, es el amanecer en el horizonte de nuestra vida. Dios no nos promete nubes sin lluvias, rosas sin espinas. Dios no nos promete un camino sin baches, nos promete su presencia en nuestra vida. Él nunca nos dijo que la vida con Él sería cómoda.


Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán. Lucas 13: 24 LBLA


Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él. Filipenses 1: 29 LBLA


Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. Mateo 10: 38 LBLA


Fortaleciendo los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que perseveraran en la fe, y diciendo: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. Hechos 14: 22 LBLA


Todo lo que sufrimos en esta tierra tiene un valor y un significado en la vida de Él. Nada es casualidad en nuestra vida, todo pasa por Sus manos antes de llegar a nosotros. El exilio es necesario, nuestro sufrimiento en esta tierra nos tiene que llevar a anhelar algo más grande que nosotros mismos, más que nuestra religión o que las cosas de esta tierra, nos tiene llevar a anhelar esa ciudad celestial, a desear un reino diferente, a ansiar a Cristo.  


El Señor les dijo a los israelitas que no se dejaran engañar por sus profetas, que no miraran a sus sueños de libertad y prosperidad. Les prometió que después de setenta años, Él despertaría sobre ellos su buena palabra y tornarían a su nación, porque sus pensamientos sobre ellos eran pensamientos de paz, pero primero debían ir al exilio. Antes de la bendición de un futuro glorioso, las pruebas harán parte de nuestro recorrido y debemos perseverar hasta el fin con la firme promesa de su fuerza y de su ayuda.


Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8: 37 LBLA


Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4: 13 LBLA


A todos los que salgan vencedores, los haré columnas en el templo de mi Dios, y nunca tendrán que salir de allí. Yo escribiré sobre ellos el nombre de mi Dios, y ellos serán ciudadanos de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén que desciende del cielo y de mi Dios. Y también escribiré en ellos mi nuevo nombre. Apocalipsis 3: 12 NTV


En esta carrera de la fe, llegará un momento de inflexión, un momento en donde nuestra alma será quebrantada, pero no podemos parar la carrera ni huir de ella. Los vencedores son aquellos que, a pesar de todo, se aferran al Señor y siguen, porque en Él esta su fortaleza. Los pensamientos y los caminos de Dios son más altos que los nuestros, y no nos van a llevar a una vida fácil. El camino de Dios es costoso, con muchas curvas; sin embargo, nuestra esperanza es que un día saldremos de todo esto con alegría y volveremos con paz. Algún día no habrá más cardos ni sequía, el desierto habrá pasado, el exilio habrá quedado atrás (Isaías 55: 12 - 13). No obstante, hoy, debemos ir al exilio de nuestras circunstancias.


Seguir a Jesús no nos van a llevar a una vida sin dificultades y podemos estar resistiendo a Dios mismo sin darnos cuenta, al querer huir de nuestro exilio. Que el Señor te haga florecer, querido (a) lector (a), en el exilio de tus circunstancias actuales y las que están por venir.


Hasta la próxima publicación.


A.L.



 
 
 

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