EL CUERPO LO SIENTE
- Adriana Lelión

- 8 sept
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 3 oct

Estoy aprendiendo a escuchar a mi cuerpo y a conectarlo con mis emociones. ¿Qué me molesta? ¿Qué me disgusta? ¿Qué no estoy procesando? ¿En realidad qué es lo que estoy sintiendo bajo las capas más profundas de mi corazón?
Ha sido todo un proceso aprender a escuchar lo que sucede en mi cuerpo. Y fui más consciente de esto el año pasado cuando mi tía falleció y mi colon se inflamó. Desde el día uno de mi existencia, mi cuerpo ha reaccionado ante el estrés y la ansiedad, pero hasta ahora le estoy prestando la debida atención. Y una de las cosas que el Señor ha hecho en el proceso de sanación de mis traumas, es darme la capacidad de oír todo lo que sucede en mis entrañas.
Esta semana tuve un episodio muy fuerte de lumbalgia, tuve migraña y se me inflamó el colon, y de inmediato le eché la culpa a la medicina para el dolor de cabeza. Entonces oí a mi cuerpo, comencé a escarbar en mis emociones y en mis sentimientos para ver qué era lo que pasaba y encontré la fuente. Sí, estaba muy molesta por muchas razones, mi cortisol se elevó y la consecuencia, inflamación. De toda la vida, mi estrés siempre se ha concentrado en mi estómago, ya sea porque esté triste, preocupada, ansiosa o molesta.
Dios hizo mi cuerpo, fui entretejida en el vientre de mi madre. Y mi cuerpo tiene una sabiduría propia que hasta ahora la estoy descubriendo. Y estoy aprendiendo a agradecerle, estoy aprendiendo a honrarlo, estoy aprendiendo a prestarle atención, estoy aprendiendo a escucharlo. Mi cuerpo me ha protegido ante el peligro, ante personas abusivas, ante los depredadores, me ha hecho correr ante situaciones tóxicas, aunque no siempre lo he escuchado. Eso de las mariposas en el estómago, para mí, no es más que un llamado de mi cuerpo ante el peligro.
Y ya no me estoy culpando, ya no me estoy haciendo la loca, estoy prestando atención, ya no me estoy tragando mis emociones, las estoy invitando a tomar un café conmigo para escucharlas. Mis dolores de estómago son señales de alerta a las que debo prestarle atención. No hay que silenciar al cuerpo, hay que dejarlo hablar para ver qué es lo que siente. Detrás de todo dolor, de toda molestia, hay una emoción, un sentimiento que debemos descubrir.
Y hoy doy gracias al Señor por poner en mí ese sistema de alarma, pues me está protegiendo de los depredadores y de situaciones tóxicas, estresantes y que me generan mucha ansiedad. Estoy aprendiendo a ser cautelosa y a poner más cuidado.
Así que, cuando descubrí el porqué de la molestia y del enojo, corrí a Jesús y hablamos al respecto, también me desahogué con mi madre y le hablé a mi cuerpo, lo consentí, masajeé mi barriguita y le estoy dando tiempo para que sane por completo, sin presionarlo.
Pero estamos tan acostumbrados a negar el dolor, a negar la molestia y a hacernos los locos ante el estrés que las situaciones nos producen. Nos volvemos tan “espirituales” al respecto, que mientras la herida supura, solo nos damos golpecitos en la espalda. Nos decimos y le decimos a los demás frases de cajón y las adornamos con algún versículo bíblico bonito; pero en el fondo, el dolor, la rabia, la impotencia, la molestia nos está carcomiendo. Nos aterroriza mostrarnos vulnerables y preferimos seguir guardando el barrido de la escoba debajo del tapete.
Decir: “todo está bien”, cuando no es así, es hacerle photoshop a nuestra alma. Por muchos años escondí, bajo las capas más profundas de mi “espiritualidad", mis traumas, mis fracasos y mis pérdidas, tratando de mostrar solo las partes más arregladas de mí, por miedo al rechazo, a la desaprobación o al juicio (¡qué tontería!). Negar el dolor no ayuda a la curación. Y tu dolor importa, tu molestia importa y tu estrés importa, por muy pequeño que sea.
Nuestro Señor Jesús fue un varón experimentado en dolores, sufrió la depredación, el abuso y las acusaciones falsas; fue malinterpretado, fue incomprendido, traicionado y abandonado. Y me pregunto: ¿Cómo habrá experimentado su cuerpo toda esa tensión y angustia? En el Getsemaní su sudor fue como grandes gotas de sangre (hematidrosis), debido al estrés físico extremo. Él se identificó conmigo, contigo y con toda la humanidad. Un Hombre Perfecto sintió ansiedad y estrés, y quizás su estómago también se revolvió como el mío.
“Mi alma está angustiada hasta la muerte”, expresó nuestro Señor en sus horas de mayor dolor. ¿Guardó silencio? No. Lo expresó, se aseguró de que lo supieran. Luego les dijo a sus discípulos: “¿No habéis podido velar conmigo ni una hora?”. ¿Se guardó la molestia, la ansiedad o la tristeza? No. Se encargó nuevamente de que lo supieran. Y de este lado, nunca sabremos lo que nuestro Maestro quería enseñarles o mostrarles en esa vigilia, porque el sueño los venció.
Entonces, te invito a escuchar lo que tu cuerpo siente y lo que tus emociones gritan, y a expresarlo, sin culpa y sin vergüenza. Sé que mostrarse vulnerable es un riesgo, porque yo lo he experimentado, pues hay personas que hacen trizas lo que sientes, pero eso habla más de ellos, que de ti. Las respuestas negativas de los demás hacia lo que sientes y hacia lo que expresas, es una clara evidencia de su falta de empatía, de su inseguridad y de su legalismo. Las personas con fachada de "perfección", siempre rechazarán lo que sientes e intentarán silenciarte, pero en el fondo, estas personas poseen problemas muy profundos que en algún momento saldrán a la luz.
No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, Él nos comprende mejor que cualquier otra persona. Y hoy le doy las gracias por ayudarme, por protegerme, por cuidarme, por no decirme frases baratas, por quedarse conmigo en el dolor, en el estrés, en la molestia y en la ansiedad, por no quedarse dormido y velar a mi lado mientras el sueño se me va en la noche. Por darme su paz en medio de momentos estresantes. Y le doy gracias por su infinita paciencia, por encontrarme en medio de mis traumas, por no apresurar el proceso, por no darme salidas triviales y golpecitos en la espalda, por simplemente permanecer a mi lado y consolarme, mientras el dolor sana, la molestia pasa, el cortisol baja y la inflamación cede. Le doy gracias por darme esa alarma para protegerme y que hoy, por su Espíritu, la estoy descubriendo. Le pido a Jesús que me ayude a ser más sabia cuando mis entrañas se alboroten, duelan y se expresen.
Hoy soy más amable conmigo misma, más paciente, más indulgente y me doy más gracia. Somos seres humanos de luces y sombras, con complejidades, con traumas profundos y en situaciones difíciles. La vida no es un cuento de hadas, es una montaña rusa, con muchas curvas en el camino y tiene diferentes gamas de colores. Pero lo más importante, es que somos amados por nuestro Padre. Y hay momentos de mucho estrés, cosas que en verdad nos molestan o nos alteran de una o de otra manera; sin embargo, en Él podemos encontrar refugio, su corazón es nuestro lugar seguro y calientito para estar. Su presencia es como una hoguera en una noche fría.
No siempre sabremos qué hacer o cómo reaccionar ante situaciones estresantes y más si eres como yo, que he vivido muchos traumas a lo largo de mi vida y mi ventana de tolerancia es muy pequeña; sin embargo, si invitamos a su Espíritu a ese lugar ansioso y estresante, si corremos a los brazos de nuestro Señor Jesús, Él nos mostrará la salida. El Padre nos revelará más de su amor y estaremos más confiados y descansados en Él.
Hasta la próxima publicación.
A.L.





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