Cada vez es más evidente, lo fácil que se pueden perder los datos de todas las plataformas digitales. Todo es hackeable. Estamos a merced del sistema, dependemos continuamente de él y nuestras vidas están siendo expuestas todos los días. Y todavía hay personas que creen que esto es todo lo que hay. Y cada sistema de información está diseñado, para que pensemos que solo a través de lo que crea el hombre, se puede hallar la plenitud. ¡Qué gran mentira! Nada de lo que nos ofrece este mundo llenará nuestro corazón. Todo nos dejará vacíos.
Este es un mundo que nos asegura la felicidad completa y nos deja frustrados cuando nos damos cuenta de que no es así. El mundo nos hace dudar de la bondad de Dios cuando Él no cumple con nuestras expectativas y cuando las cosas comienzan a salir mal, porque en medio de nuestra fantasía hemos creado a un Dios a nuestra imagen. Este es un mundo roto por el pecado y la maldad, y no está sincronizado con su Creador. Esta es una era de mezclas terribles que nos alejan del propósito de Dios para nuestra vida.
Estamos viviendo tiempos difíciles y peligrosos como dice 2 de Timoteo 3: 1:
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos”. Y continúa diciendo: “Porque habrá hombres (gente)…” (v. 2). Y encabeza la lista: “amadores de sí mismos…”.
Y esta es la enfermedad más letal de este era. Todo, absolutamente todo, gira en torno al humanismo, a una adoración de la personalidad. Se proclama el amor propio, la autoestima y el cuidado personal, en una especie de neurosis colectiva. Esta es la era de las selfis, del photoshop, de la cultura del ejercicio y la comida sana (y no estoy diciendo que sea malo hacer ejercicio o llevar una dieta saludable, porque nuestro cuerpo fue creado para moverse), pero todo está girando en torno a nosotros mismos. Las redes sociales han convertido a la humanidad en zombis narcisistas.
Hemos llegado al punto, como Narciso, en la mitología griega, a enamorarnos apasionadamente de nuestra propia imagen. Tanto así, que nos cuesta mostrarnos tal y como somos. Y es acerca de esto que nos advierte el Señor. Por eso son tiempos peligrosos, porque es la era de los Narcisos, de los amadores de sí mismos y esto va en contravía del Reino de Dios. Esta fue la lección que muy tempranamente aprendieron Adán y Eva (y no de su Creador), cuando decidieron enfocarse en ellos mismos, en sus propios deseos egoístas y no en el Señor.
Jesús dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22: 37 -39
“Como a ti mismo” creo que es la expresión más sarcástica que he leído del Señor. Pues Él sabe todo lo que el hombre da por su propia carne. Él sabe cuánto nos cuidamos y nos autoprotegemos, nos alimentamos, nos vestimos, nos damos pequeños gustos, pero también sabe que esa no es la manera en que amamos a los demás. Todavía hay mucho egoísmo en nuestro corazón, tenemos muchas preferencias naturales, hacemos acepción de personas, amamos a quienes nos aman, nos cuesta perdonar y amar a los que nos hacen daño, nos falta ternura en el trato hacia otros, juzgamos implacablemente, aún hay envidias y celos rondando en nuestro corazón. Y todo esto nace de un amor propio que se proclama a voz en cuello.
Y lo más triste, es que esto no solo lo vemos en el mundo, lo notamos con ojos bien abiertos en la Iglesia. Por eso existen las llamadas “celebridades cristianas”, dos palabras que no deberían usarse juntas.
Como escribió Mary DeMuth:
“El problema con el cristianismo de las celebridades, es que el reino de Dios comienza a parecerse mucho a un reino personal, un imperio que se somete a un líder, un culto a la personalidad que existe para promover la agenda de uno. Y a veces esas estructuras oprimen a sus seguidores. Quizás esta sea una de las razones por las que la gente huye de las iglesias en cantidades récord. Y contribuimos a esta cultura de la celebridad simplemente necesitándola, exigiéndola y alimentándola”.
O en palabras de Gayle Erwin:
“La reputación es tan importante. Que quiero que me vean con las personas correctas, que me recuerden en el ambiente “correcto”, que mi nombre sea bien escrito en los anuncios que lo lleven, quiero vivir en el vecindario correcto, manejar el carro “apropiado”, vestirme correctamente. ¡Pero Jesús se despojó de toda reputación! La creación de la imagen es una industria poderosa. La imagen o reputación es simplemente un medio para obtener control sobre otros o manipularlos para nuestro beneficio. La mayoría de las personas son culpables de eso. Ciertamente nosotros los clérigos somos culpables”.
Jesús se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo. No tuvo en cuenta el ser igual a Dios para morir colgado en ese madero. El mensaje de la cruz es totalmente opuesto al mensaje del mundo. El mundo quiere ganar prestigio, fama, buen nombre, “likes”, mientras que el camino de la cruz, es dar nuestra vida por los demás, es servir, sin una gota de interés personal.
“Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2: 5 -8
Nuestro Señor Jesús se hizo “nada”, se vació (Kenóo, en griego). Dejó a un lado toda reputación, no creó una imagen de celebridad. Esta palabra “vaciarse” es tan poderosa y, sin embargo, la tomamos a la ligera. Porque cuando pensamos en nosotros mismos, comenzamos a creer que el mundo gira a nuestro alrededor y creemos que los demás existen para servirnos. Y esto no fue lo que el Señor nos enseñó, Él no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos nosotros.
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Juan 15: 12 - 13
No buscamos amarnos ni que otros nos amen, buscamos amar a los demás, como el Señor nos amó. La evidencia más grande de la obra de Cristo en nuestras vidas, es el amor. Dar nuestra vida por los demás, amar aun cuando no lo merecen, es morir, esto es cruz y solo perdiendo nuestra vida, hallaremos la vida de Él.
“En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros”. Juan 13: 35
“Porque todo aquel que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 16: 25
No es más autoestima lo que necesitamos, es más de Cristo y menos de nosotros. La autoestima aumenta el “yo” (ver Juan 3: 30). Y nuestra confianza no está en nosotros mismos, sino en Él. Y es nuestra carne la que se interpone en el camino del aumento de Jesús. Necesitamos menos de todo lo demás, menos de nosotros mismos para que Él tenga su lugar completo en nuestras vidas.
“… y nos regocijamos en Cristo Jesús, y no tenemos confianza en la carne”. Filipenses 3: 3
El amor por nosotros mismos es un virus mortífero y esto fue lo que proclamó la torre de Babel. Por eso Dios confundió sus lenguas. (Ver Génesis 11: 1 – 9). El “yo” trae la gloria hacia sí mismo, no hacia el Señor. Y la cruz corta de raíz este asunto en nuestras vidas, nos despoja de nosotros mismos, desangra nuestro yo, nos hace humildes y mansos. Y este fue el camino que tomó nuestro Señor y no es un camino que tomaríamos fácilmente nosotros. La cruz arrasa con el egoísmo, con las preferencias naturales, con el amor propio, para entregarnos y dar la vida por los demás. La cruz despeja el camino para amarnos los unos a los otros, para que haya compañerismo, a pesar de todas las diferencias. Por eso, en aquel día de Pentecostés, todos estaban unánimes orando. Lo que comenzó en la torre de Babel en confusión de lenguas, terminó en la proclamación del Evangelio del Reino en todas las lenguas, en una unidad perfecta y en un amor genuino los unos por los otros.
Y su amor era tan evidente que, muchos decían de los seguidores de Jesús: “Mirad como se aman los unos a los otros” (Citado por Tertuliano, siglo II).
Cuánto más conozcamos la cruz, más amaremos a los demás, para entregarnos sin reservas. Y no conoceremos el amor ágape, hasta que la cruz realice su trabajo profundo en nuestros corazones.
Hasta la próxima.
A.L.
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