En la Biblia no dice por ningún lado: “ayúdate que yo te ayudaré”, pero sí dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios…” Salmo 46: 10
¡Qué difícil es esto para nuestra carne! Deseamos ayudarle a Dios de alguna manera porque creemos que sus métodos no son los correctos, que su tiempo es muy lento. La prisa es el enemigo número uno de nuestra espera en Dios. Queremos un Dios al estilo Forrest Gump: “Corre Forrest, corre”.
Me causa curiosidad la lentitud de los métodos del Señor, nunca afanado. No iba al ritmo de los demás, iba al ritmo de su Padre. Mientras acusaban a la mujer sorprendida en adulterio, Él simplemente escribía en la tierra, no estaba ansioso por responderles; cuando le dieron aviso que Lázaro estaba muy enfermo, no corrió a verlo, se quedó dos días más; cuando le avisaron que su primo Juan el Bautista estaba en la cárcel, no salió deprisa a rescatarlo. Debió todo esto parecer muy raro a los ojos de los demás. Sin embargo, el Señor sabía esperar el tiempo de Su Padre en todas las cosas.
Como dijo mi amigo Andrés Cantor: “Corremos cuando debemos estar en el reposo de Dios, huimos cuando debemos estar en quietud”.
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