Si hay algo que sé, es que no me gusta la lluvia torrencial y más si va acompañada de truenos y relámpagos, pero descubrí que en la Biblia el relámpago representa la presencia del Señor y el trueno simboliza su voz.
“Oigan atentamente el estruendo de su voz, el retumbo que sale de su boca. Debajo de todos los cielos lo desencadena y su relámpago cubre los confines de la tierra. Después de él ruge el trueno; truena con su majestuosa voz. Cuando se oye su sonido, él no lo detiene. Dios truena maravillosamente con su voz; hace grandes cosas que no las podemos comprender. Pues a la nieve dice: “¡Desciende a la tierra!”; y a la lluvia y al aguacero: “¡Sean impetuosos, oh lluvia y aguaceros!”.» Pone su sello en la mano de todo hombre, para que todos los hombres reconozcan la obra suya”. Job 37: 2 -7
“Sus relámpagos alumbran el mundo; la tierra mira y se estremece”. Salmo 97: 4
“Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura era blanca como la nieve”. Mateo 28: 3
“Su cuerpo era como crisólito y su rostro como el aspecto del relámpago. Sus ojos eran como antorchas de fuego, y sus brazos y sus piernas como bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud”. Daniel 10: 6
Y hace once años el Señor vino a mí como un relámpago y su voz como trueno, su lluvia torrencial cayó sobre mi vida, sentía que Dios no me amaba, luché con su voluntad cada día y fui vencida, su amor me encontró en medio de la oscuridad y su misericordia me cobijó mientras pasaba la tormenta sobre mí. Y esa torrencial lluvia con sus truenos y relámpagos me acercó más a Él como nunca hubiera pasado de otra manera, hizo un trabajo profundo de la cruz en mi vida, uno que no termina aún. Encontré en Jesús mi refugio y mi fuerza, y lo sigo encontrando en medio de los truenos y relámpagos que caen a mi vida de vez en cuando.
El aumento de Cristo y nuestra disminución es un trabajo de todos los días, la cruz debe ser forjada en cada uno de nosotros, no solo hoy, sino cada día, no es posible tener un encuentro con el Señor sin la cruz, es tan necesaria, que de ella depende nuestro crecimiento espiritual, sin ella no podremos vivir en el Reino, ni andar en el Espíritu.
Podemos tener un conocimiento del Señor, podemos saberlo por lo que hemos leído o estudiado, podemos saber el profundo sacrificio de Cristo en la cruz; sin embargo, ser ajenos a ella. Nosotros también debemos ir a la cruz, nuestra vida debe disminuir para que Cristo aumente y ese disminuir viene por el proceso del madero en nuestras vidas.
La cruz tiene que obrar en nuestra propia fuerza, en nuestra propia voluntad, tiene que encargarse de nuestra naturaleza independiente e impulsiva; sin la cruz no podremos amar a nuestros enemigos, no podremos soportar las injurias, las persecuciones, no podremos poner la otra mejilla o caminar una milla más, amar como Dios ama es imposible sin la obra de la cruz en nuestros corazones.
Sin la cruz no podremos aceptar la voluntad de Dios, no podremos beber del vaso del sufrimiento, no podremos soportar las pruebas y adversidades del día a día, sin la cruz no podremos sobrevivir a esos torrenciales aguaceros con truenos y relámpagos. Sin la cruz no conoceremos la vida de Resurrección.
La cruz obra para tener un camino despejado con el Señor en cuanto a su propósito con nosotros, un camino en donde nuestra carne no será ningún obstáculo; esa cruz debe obrar para hacernos crecer día a día en el camino del conocimiento del Señor, para ser esas vasijas utilizadas por Él.
En el silencio de nuestra vida, en la rutina diaria, allí trabaja el Señor. No podemos huir del lugar y del momento en el que el Señor nos ha puesto, porque es allí donde Él está trabajando en nuestros corazones.
La aflicción obra este trabajo de la cruz. Y es en las situaciones de nuestra vida, en las condiciones actuales de nuestra existencia que el Señor quiere hacer algo con nosotros y a través de nosotros, pensar en huir no es la salida, pues es a través de esos sufrimientos y de esas condiciones que el Padre está formando a su Hijo en nosotros, nos está formando a la misma imagen de Cristo.
Como dijo A. B. Simpson: No podemos predicar a un Salvador crucificado sin ser también hombres y mujeres crucificados. No es suficiente llevar una cruz ornamental como una bonita decoración. La cruz de la que Pablo habla fue quemada en su propia carne, fue marcada en su ser, y solo el Espíritu Santo puede quemar la verdadera cruz en nuestra vida más íntima.
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