Desde niña siempre he sentido fascinación por las montañas, su belleza, su majestuosidad me han atraído.
Las alturas es el lugar preferido de Dios, remontarnos hacia las alturas, es remontarnos hacia la presencia de Él. Las montañas significan fuerza, defensa, fortaleza; por eso en la antigüedad las personas hacían sus casas en los lugares altos, porque los enemigos no podían acceder a ellos con carros y caballos, por lo tanto, las montañas les daban seguridad y protección. Y no es casualidad que el Señor llevara siempre a Abraham hacia las alturas, hacia las montañas.
Sin embargo, subir las montañas no es nada fácil, escalarlas es cosa de expertos.
Todos tenemos una montaña para escalar, todos poseemos una dificultad en la que tenemos que tomar la decisión de enfrentar. Cuando observamos nuestra vida y la de los demás, observamos que siempre hay dificultades en el camino, dificultades que llevan años o que duran tan solo unos días. El Señor nos hará pasar por situaciones que nunca pensamos, que nunca imaginamos ni en mil años, cosas que creímos que los demás vivirían, pero nosotros nunca.
Estas situaciones difíciles de enfrentar, llenas de cosas adversas, de amenazas, son un desafío a nuestra fe, son un desafío a la acción poderosa de Dios para darnos pies de ciervas y remontarnos hacia las alturas, hasta la cumbre de su presencia y ver todo desde allí con su mirada, con su visión 20/20, descubriendo el propósito de su voluntad y la belleza de su carácter en cada cosa.
Fue allí en el alcornocal de Mamre, que estaba en Hebrón, en donde el Señor se le apareció a Abraham y a Sara para darles una promesa ante su debilidad, la promesa del nacimiento de Isaac; esta era su gran montaña, difícil de atravesar por ellos, pero posible para Dios y en el versículo 14 de Génesis 18, Dios los reta y les dice: ¿Por ventura hay para Dios alguna cosa difícil? ¡Qué palabra tan contundente! Ante la risa de Sara, el Señor sale a reivindicarse y a retarla.
Nuestras montañas aparecen una tras otra y el Señor quiere que lo veamos a través de ellas, Él no quiere que las bordeemos, no desea que busquemos otro camino, porque Él nos dotará de pies de ciervas para poder subirlas.
¡El Señor soberano es mi fuerza! Él me da pie firme como el venado (o Él me da la velocidad de un venado), capaz de pisar sobre las alturas. Habacuc 3:19 (Versión NTV).
Ya entiendo porque participé en el grupo de montañismo en la universidad, y porque me han fascinado también las montañas. El Señor nos lleve a Su fe, forme en nosotros pies de cievas, y nos lleve a las alturas.