“Y el Dios Omnipotente os dé misericordias delante de aquel varón, y os suelte al otro vuestro hermano, a este Benjamín. Y si he de ser privado de mis hijos, séalo”. Génesis 43: 14
Por fin Jacob cedió, ya no luchó, el Señor le había dado flexibilidad. Qué libertad habrá en nuestras vidas cuando hayamos aprendido a ceder totalmente al Señor, cuando dejemos ir en sus manos todos nuestros asuntos, cuando digamos: “tu voluntad, a tu manera”.
Este capítulo de Génesis 43 es impactante, ¿no se te llenan los ojos de lágrimas y se te corta la voz mientras lo lees en voz alta? En todo este capítulo Jacob es llamado “Israel”, esto habla de transformación. Jacob había sido transformado.
Los hijos de Jacob debían regresar a Egipto por comida, pues el hambre en la tierra era muy grande. Pero, debían llevar a Benjamín con ellos o si no, José no les daría el alimento y no sacaría a su hermano Simeón de la prisión donde lo había puesto. Entonces Jacob al principio se negaba a dejarlo ir, pero finalmente accedió. Su voluntad fue vencida de tal manera que cedió. Ya Jacob no se resistía, no realizaba estratagemas, ahora podía ser flexible. Dios formó su mansedumbre en la vida de este hombre tan porfiado.
Jacob le envío presentes a aquel hombre “rudo” sin saber que era su hijo. Los presentes fueron un poco de bálsamo, miel, aromas y mirra, nueces y almendras. Jacob ya no quería nada para sí mismo, ahora podía dar y no apropiarse de nada, ya no pensaba en lo que iba a perder o a ganar, ya no había egoísmo en su corazón, la codicia de su alma por fin había sido arrancada, ya no decía “esto es mío”.
Y todas estas cosas que le envió poseen un significado muy especial que tiene que ver con nuestro Señor Jesús, porque José tipifica a nuestro Señor. Él es el bálsamo que sana todas nuestras heridas, Él es el Ungüento derramado; sus palabras son dulces como la miel; su sacrificio perfecto fue el aroma fragante a Su Padre; la mirra representa su sufrimiento y las nueces y las almendras representan el fruto de su vida.
Jacob fue transformado, ahora era bondadoso, dadivoso, antes quería todo para él, solo quería ganar, había aprendido a soltar, a ceder, a dejar ir en las manos del Señor todas las cosas, se desprendió de Benjamín, ─ que sea lo que Dios quiera─, fueron sus palabras. Es cuando aprendemos a decirle al Señor ─no puedo manejar esta situación, se me sale de las manos, esta persona me hace la vida imposible y no puedo cambiarla, Señor haz lo que tú quieras, te entrego esta situación, te entrego esta persona, esta circunstancia adversa la dejo en tus manos, que se haga tu voluntad, a tu manera y que sea lo que Dios quiera─.
El panorama era incierto para todos, en especial para Jacob, podía quedarse sin su otro hijo, sin embargo, lo dejó ir, no se aferró tercamente a él. Esta es la confianza en Dios, es cuando entendemos que las cosas no las podemos manejar, es cuando comprendemos que no hay nada que podamos hacer y entonces, podemos entregarlas en manos de Aquel que sí puede, porque para Él todo es posible. Él cuida de nosotros y de los nuestros mucho mejor de lo que tú y yo podamos hacer.
Y Benjamín partió con sus hermanos, y cuando José vio a su hermano pequeño les hizo un banquete. Esto me recuerda cuando Jesús se sentó a comer con sus discípulos después de su resurrección y me imagino que se miraban los unos a los otros, esperando el regaño por haberlo abandonado, pero Jesús simplemente se sentó y no tocó el tema, no los recriminó por haberlo dejado solo. José quería sentarse con ellos y comer, no los había visto en muchos años, eran sus hermanos, era su familia, los amaba, no había rencor, para él ese tema estaba cancelado, esa página ya la había pasado.
Sin embargo, los hermanos de José estaban preocupados por sus asnos, por su dinero y por ellos mismos. Esto me recordó la pregunta de Pedro:
“Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué pues tendremos?” Mateo 19: 27.
Estamos más preocupados por lo que podemos perder o ganar, más que por el mismo Señor Jesús. Sí, lo podemos perder todo y también lo ganaremos todo, porque lo ganaremos a Él. Jesús es nuestra riqueza, nuestra posesión, nuestra tierra prometida, el tesoro más preciado, esto para la mente del mundo es imposible de comprender. Encontrarlo a Él, es encontrarlo todo. La mayor riqueza de Abraham era su relación con el Señor, así mismo nuestro mayor tesoro no son las posesiones, ni los conocimientos, ni la profesión, ni nuestra fuerza o nuestro esfuerzo que representan esos asnos que ellos no querían perder, nuestra riqueza es Él. Cuando perdemos nuestra vida, ganamos la de Él.
Los celos dañaron la relación de estos hermanos con José, porque cada uno de ellos tenía su interés personal. Y cuánto de ese interés personal debe ser rendido a los pies de Jesús por el bien de la comunión del Cuerpo de Cristo, vivimos por y para los intereses del Señor, no para los nuestros. El enemigo sabe que, sembrando envidias y celos en nuestro corazón, hará una división muy grande en la familia de Dios. Tener ese encuentro con José era devastador, ellos tendrían que ver como su orgullo, su arrogancia, sus celos hicieron tanto daño. La cruz es el fin del yo, cuando ella entra desgarra todo el tejido de nuestra naturaleza. Tener un encuentro con Jesús es ser emancipados de nuestra propia vida para recibir la de Él. “No quedará ni una uña” Éxodo 10: 26, toda la vida del yo será vaciada completamente.
Luego cuando José entró en la habitación a comer con ellos, sus hermanos se inclinaron e hicieron reverencia. Los sueños de José se cumplieron, porque las promesas de Dios se cumplen en su momento y a su manera, no antes ni después. Dios tuvo que tratar el corazón de José en todo ese tiempo, Él trató con su presunción y con su afán. No podemos torcerle el brazo a Dios para que cumpla sus promesas.
Y sus hermanos no se acordaron de esos sueños, sus ojos estaban velados, los ojos de su corazón estaban ciegos. Solo Dios puede abrir los ojos de nuestro corazón para verlo a Él. Ellos no se acordaron de los sueños del “soñador”, como le decían a José y se burlaban. Y cuando José vio a Benjamín la voz se le entrecortó, se le aguaron los ojos y lo bendijo. Y salió corriendo a llorar a su alcoba, pero ni aun así los hermanos de José se dieron cuenta de esto, no cayeron en cuenta de este detalle. Las entrañas de José se conmovieron como las entrañas de Jesús se conmovieron por Lázaro, por Jerusalén, por sus discípulos y por toda la humanidad. Y se lavó la cara y salió de nuevo, pero sus hermanos seguían sin conocerlo.
No vieron sus rasgos, no se les hizo raro toda esta actitud, los sentó a la mesa desde el mayor hasta el menor y tampoco vieron este detalle. Y tomó las porciones para ellos y a Benjamín le dio cinco partes más ─cinco es el número de la gracia─, pero seguían sin reconocerlo. Como cuando los del camino de Emaús no reconocieron a Jesús, y solo hasta que Él tomó el pan, lo partió y les dio de comer, sus ojos se abrieron. Cuánto necesitamos que Dios abra nuestros ojos, necesitamos ser partidos como aquel pan para verlo a Él.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores…Salmos 23: 5.
José aderezó mesa en presencia de aquellos que los habían angustiado.
Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Génesis 42: 21
Este es el amor de Jesús, prepara mesa en el desierto y se sienta a comer con nosotros.
Pero, seguían sin verlo. Muchas veces no vemos al Señor en todas las cosas que nos suceden, cuántas cosas ha hecho el Señor por nosotros a lo largo de nuestra vida y no lo hemos visto, Él ha dejado su huella y no lo hemos notado, ha dejado migas regadas y no lo hemos reconocido, aun en las cosas difíciles, dolorosas y adversas, Dios ha estado detrás del telón y se las hemos atribuido al diablo. El Señor usa incluso al mismo maligno para llevar a cabo su propósito y su propósito es que lo conozcamos, que ese conocimiento de Él crezca cada día más en nosotros.
Como escribió Austin Sparks: “Toda preparación se rige por el objeto; y el objeto es llegar a un conocimiento experimental del Señor, instruido para conocerlo a ÉL, esa es la clave todo el camino. Toda experiencia nos lleva a conocerlo, esta es obra del Espíritu Santo; y cuando llegamos a un conocimiento de Él, llegamos a la herencia, porque Él es la herencia y nunca llegamos a la herencia hasta que tengamos un profundo conocimiento experimental del Señor. Cuando Israel salió de Egipto, esperaban entrar en la tierra de inmediato y entrar en la heredad de inmediato. Tenían sus ojos en las cosas de la tierra; por lo que se necesitó una larga preparación. Primero tuvo que haber la experiencia del desierto para traerles el conocimiento del Señor, y por otro lado los cuarenta años en el desierto fueron necesarios para hacerles saber lo que había en sus propios corazones; pero es el conocimiento de Él por lo que Él gobierna haciéndoles conocer sus propios corazones. Si tuviéramos conocimiento de nosotros mismos además de conocerlo a Él, sería la muerte para nosotros y no podríamos soportarlo, por lo que todo se rige por esta única cosa: conocerlo a Él. Cuando hayas venido allí en cualquier medida proporcional, ¡has venido a tu herencia![1]
Y hemos sido necios al no reconocer la mano de Dios en todo lo que nos acontece en nuestra vida, incluso en lo más doloroso.
José estaba delante de ellos y todavía no lo vieron, muchos pueden tener al Señor frente a ellos, pero no lo ven. Sus concepciones mentales, sus prejuicios, sus paradigmas religiosos, los hacen ciegos ante Él, que el Señor abra nuestros ojos ante Él cuando se siente a comer con nosotros.
Que cuando el Señor nos pida algo podamos llegar a ese momento que llegó Jacob, dejemos ir todo en Dios, porque nada es nuestro, nada nos pertenece. Que nuestra vida llegue a un punto de saber que lo único que tenemos es Él y Él se da por completo a nosotros cuando nosotros nos damos por completo a Él. Jacob encontró a su hijo perdido. Que nosotros encontremos la vida Cristo cuando dejemos ir a la nuestra. Que nuestra oración sea: “Señor si esto es tuyo, confiaré que tú realizarás lo que tengas que hacer, si no lo es, lo dejo ir”. Benjamín estaba en manos del Señor y Jacob lo dejó ir en Dios, que nosotros dejemos ir nuestros Benjamines a Dios. Tu voluntad y a tu manera Señor.
¿Cuáles son tus Benjamines?
Hasta la próxima. En su gracia.
AL
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