“Él se adelantó un poco más y se inclinó rostro en tierra mientras oraba: «¡Padre mío! Si es posible, que pase de mí esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía»”. Mateo 26: 39
Hace poco falleció la madre de una amiga muy querida y me envió unas palabras sinceras de agradecimiento por haber estado con ella en ese momento de dolor. Sus palabras llegaron a mi corazón profundamente, pero al mismo tiempo caí en cuenta que cuando el Señor nos permite pasar por circunstancias difíciles, es para ayudar a otros de alguna manera, apoyándolos en esos momentos.
Mi primer libro es un hermoso libro, que trata del dolor de la pérdida, del proceso del duelo y del aprendizaje que obtuve en esa escuela del dolor. Creo que debería escribir un libro que trate del cierre del dolor, quizás algún día lo haga, porque todo dolor tiene un cierre, pues nada dura para siempre, el dolor solo es un proceso, es un camino por el cual transitamos, pero tiene un final.
El proceso de reparación toma tiempo, Dios toma las piezas rotas de tu corazón y comienza a unirlas de la forma más maravillosa, ya que el Señor es nuestro reparador de portillos, Él cose lo que está roto, sana lo que está herido, Él es experto en hacer cosas nuevas de las tragedias más grandes de la vida, yo te lo
puedo asegurar.
Este hermoso versículo nos revela que Jesús sufrió y bebió de su propia copa de dolor, para que cuando nos toque beber de la copa de nuestro dolor, sepamos que Él está con nosotros en la oscuridad más profunda y en el sufrimiento más asfixiante.
Si alguien era experto en perder y dejar ir era Abraham, Abraham fue un hombre que padeció profundas aflicciones y aunque era amigo de Dios, no fue librado de ellas.
Cuando Dios llamó a Abraham comenzó a despojarlo, sufrió el desprendimiento, primero le quitó a su hermano, luego a su padre, Dios rechazó a Eliezer, su siervo; Dios mandó a Abraham a expulsar a Ismael y a Agar, le pidió que ofreciera a Isaac en el altar y después de devolverle a Isaac se llevó a Sara; su vida no fue de deleites, sino de pérdidas y creo que de todas sus pérdidas la que más le dolió fue la de su esposa. Yo creo que después del incidente con el rey de Egipto y con Abimelec, Abraham valoró más a su esposa y llegó a amarla mucho, la amó tanto que lloró amargamente su muerte. Cuando se ama de verdad el corazón se desgarra y Abraham fue una muestra de ello, “y vino Abraham a endechar a Sara, y a llorarla” (Génesis 23: 2). Observe sus palabras reiterativas en este capítulo 23 de Génesis: “para que yo sepulte a mi muerta”.
Él no la quiso enterrar en el desierto, en un lugar de muerte y desolación, sino en un lugar de vida de resurrección, el lugar que él compró estaba rodeado de árboles. Abraham pagó un precio muy alto por el lugar de reposo de su esposa, porque para él, ella se merecía lo mejor, así demostró cuánto la amaba, el entierro era un acto de amor.
Por eso debemos ser muy cuidadosos a la hora de acompañar a alguien en medio de su dolor, podemos cometer serias equivocaciones e imprudencias, como los amigos de Job. Hay palabras que es mejor no decirlas o decirlas en otro momento, hay cosas que es mejor no hacer, todos en algún momento hemos cometido errores o quizás otros los han cometido con nosotros.
Bárbara Johnson escribió: “Cuanto más reciente es el dolor pocas palabras mejor”.
Todos enfrentaremos tarde que temprano las pérdidas o acompañaremos a otros y es bueno ser sabios a la hora de acompañar a los demás en su momento de dolor.
En mi duelo la gente me decía cosas como: “Dios se lo llevó y está descansando”, yo lo necesitaba acá, no descansando; “No llores que él está bien”, uno no llora porque piense que ellos estén mal, uno llora por uno, pues esa persona le hace falta, uno llora por la ausencia, por los recuerdos; “esa fue la Voluntad del Señor”, eso es algo que no se debe decir, puesto que en ese momento uno no entiende acerca de la voluntad de Dios; otros me dijeron “Dios dio y Dios quitó”, “ya se sabía que se iba a morir, nadie se salva del cáncer”, “ya no llores más”, lo dicen con tanta frialdad que parece que su corazón fuera de piedra y no de carne; otros me decían “menos mal que no llevaban muchos años”, nunca entendí esa afirmación, ¿cuántos años debe llevar uno con una persona para poder llorarla?; otros me dijeron: “Menos mal que no fue tu madre”, “menos mal que no tuvieron hijos”, por Dios, yo quería salir corriendo cuando oía esta clase de tontadas y palabras sin sentido, yo quería llorar y sacar ese dolor de alguna forma.
Me citaban versículos bíblicos que yo los sabía de memoria, los que se creían psicólogos me “psicoterapiaban”, y mientras tanto yo me estaba ahogando, mi herida sangraba y dolía, necesitaba urgente hacer el duelo sin toda esa clase de palabras que para mí eran huecas en ese momento. Alguien me dijo con mucha frialdad, que yo no debía sufrir, que la muerte es lo más natural de la vida, debe ser que a esa persona no se le ha muerto nadie y al Señor no le ha plácido inscribirlo en la Escuela del dolor. Sí, la muerte es lo más natural de la vida, pero también es utilizada por el Señor para enseñarnos, porque la muerte nunca estuvo en los propósitos de Dios, la muerte entró por el pecado de Adán.
Realmente en ese momento no necesitaba escuchar esas palabras tan trilladas que no me ayudaban, sé que muchos lo hicieron con buena intención; sin embargo, no era el momento. Es preferible abrazar y decir “te quiero, te apoyo, no entiendo tu dolor, pero cuenta conmigo” o decir “el Señor te ama y yo también” o abrazar en silencio y quizás llorar también.
No se puede razonar con alguien que ha perdido para que acepte su pérdida, no se puede, es inútil, esa persona está en duelo y es un proceso que toma su tiempo. Sabemos en el Señor que nuestros seres amados están con Él, pero en ese momento el dolor es profundo.
El duelo es para llorarlo y las lágrimas deben ser derramadas. Yo lloraba con todas mis fuerzas huyendo de los cristianos con sus palabras frías y adornadas de espiritualidad, pero que para mí no significaban nada. Y cuando hablo de duelo, no solo es por alguien que muere, también es por el diagnóstico de una enfermedad incurable, por la pérdida de un hogar, por el rechazo de un esposo, por la ingratitud y la rebeldía de los hijos, y por tantas cosas más.
La copa del dolor hay que derramarla y cuanto antes mejor, si no es así te vas a enfermar con el tiempo. ¿Y te preguntarás cómo vaciarla? Te diré lo que yo hice y tú puedes hacer lo mismo, si lo deseas, escuchaba las canciones más tristes que hablaban de la pérdida, canciones que Manolo me había dedicado, las escuchaba una y otra vez y lloraba; veía películas que trataban ese tema de la muerte, y me encerraba y lloraba; veía fotos, me colocaba su ropa y lloraba, y cada vez la copa se iba vertiendo más y más; oraba enojada con Dios, me sentía enojada porque sabía que Él se lo había llevado y quiero decirte algo, Dios no se enoja contigo porque estés enojado o enojada con Él, nuestro Dios es compasivo y misericordioso, Él no te va a mandar para el infierno, Él te ama con un amor tan grande que llora contigo y entiende tu dolor, el Espíritu de Dios es el Consolador. No te comas el cuento de que los hijos de Dios no lloran.
“Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen. Que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”. (1 Tesalonicenses 4:13)
¡Qué MARAVILLOSO es nuestro Dios! Podemos entristecernos, pero no como los otros, porque nosotros tenemos la esperanza en Jesucristo de volvernos a ver, es una separación temporal.
Granger E. Westberg, en su maravilloso libro: “Ante la pérdida de un ser querido” escribió: “Entristeceos, pero no como los otros que no tienen esperanza”. Y hasta añadiría: “Y QUE SEA POR UN MOTIVO RAZONABLE. Manifiesta pesar, siempre y cuando tengas algo verdaderamente valioso por lo cual hacerlo” (Westberg, 2013, p.17).
Comments