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Adriana Lelión

EL CONSUELO EN EL OTOÑO


Este artículo lo escribí después del fallecimiento de la sobrina de una amiga y del hijo de otra querida amiga.


Y lo que no sabía, era que también lo escribía para mí ahora que mi tía falleció. Y hoy necesitaba recordarlo.


La pérdida duele y a veces es un dolor insoportable. Y es algo a lo cual tendremos que enfrentarnos tarde o temprano; mientras Jesús siga retardando su venida, todos moriremos, de una forma o de otra, es la única manera establecida por Dios para salir de esta tierra. Y no creas que a Él le encanta ver morir a las personas, la muerte es el enemigo de Dios y entró por el pecado de Adán y Eva (1 Corintios 15: 26). Pero ella nos recuerda cada día que, todo en esta tierra es pasajero. 


Y aunque el dolor puede ser agudo, podemos ser agradecidos. He vivido esos tiempos y he aprendido a descansar en el dulce amor de Jesús, he aprendido a esperar en Él hasta que su alegría y su consuelo han absorbido en mí el dolor de la pérdida. Eso es lo mejor que podemos hacer en el duelo, dejar al Señor participar en él. El Señor puede reemplazar el dolor de pérdida, por los recuerdos gratos, por el agradecimiento, por la alegría. Y este proceso puede llevar meses y hasta años, pero si dejamos al Señor entrar en nuestro duelo, Dios puede revelar su gloria en esos lugares oscuros de nuestra existencia. Así como su gloria fue revelada en ese pesebre, en donde Él fue puesto por sus padres.


El otoño simboliza esas pérdidas en nuestra vida.


Esto lo escribí en mi libro “Como el Lirio entre las Espinas”:


“El otoño es una estación que simboliza el ser deshojados, ser desnudados de nuestra propia humanidad, es un tiempo de reflexión, de crisis, de intensas batallas, cuyo resultado será un descubrimiento asombroso de los Caminos del Señor, un conocimiento más profundo de la Vida de Cristo; es la preparación absoluta para un nuevo comienzo y un crecimiento en la Vida del Hijo de Dios. ¿Dónde nace nuestro profundo amor por el Señor? ¿En tiempos de prosperidad y bendición? No, en tiempo de otoño, cuando comenzamos a ser despojados”.

La pérdida también hace parte de la historia que Dios escribe en nuestras vidas. Las estaciones cambian y no podemos detenerlas. Mientras estemos de este lado, perderemos, pasaremos por pruebas y dolores del alma y del cuerpo, con la esperanza de que un día todo esto ya no será más. Estamos siendo preparados para esos cielos nuevos y esa tierra nueva.


La muerte, para los que anhelamos conocer a Dios en su plenitud, es solo la puerta a nuestra libertad definitiva de este mundo quebrantado y de nuestros cuerpos marcados por el pecado. Una libertad para conocerlo cara a cara sin restricciones ni distracciones. La muerte no es el final, es el comienzo de una gran aventura con Él. ¡Qué Dios nos quite este aguijón de la muerte y ya no duela!


Podemos vivir el duelo no solo desde el dolor, sino también desde la alegría, guardando todos esos recuerdos gratos en nuestro corazón, fijando nuestra mirada en el Señor y seguir adelante, un día a la vez, pues todavía hay propósito para nuestras vidas.


Y esto se aplica no solo a la pérdida por fallecimiento, sino también cuando las relaciones en nuestra vida se rompen por una o por otra razón. Dios está escribiendo su historia en nosotros y todas estas circunstancias están moldeando nuestras vidas a su imagen.


Hay una gran diferencia cuando dejamos a Jesús hacer su obra en nuestros corazones, que cuando caminamos solos en el valle del dolor y de la pérdida. Dejarlo a Él ser parte de nuestras vidas, hará que podamos vivir en su gracia en este mundo roto. Te aseguro que, porque yo lo he experimentado, con el paso del tiempo estarás inmensamente agradecido de que Él sea más grande que cualquier circunstancia y cualquier dolor que llegue a tu corazón. Duele, sí, mucho, pero su amor lo transforma todo.


Hay tanto para agradecer y espero que hoy te sorprenda el agradecimiento, incluso en medio de tus circunstancias difíciles y dolorosas, en medio tus pérdidas y duelos, y en medio de tu vida diaria.


Debemos darnos el espacio y la gracia para llorar la temporada del otoño y estar abiertos a la nueva estación que Dios tiene para nosotros. Debemos dejarnos guiar por las expectativas de Él, no por las nuestras.


“Dios no ha prometido cielos siempre azules,

Ni que toda la vida sea un sendero florido;

Dios no ha prometido sol sin chaparrones,

Alegría sin dolor, paz sin tribulaciones.

Pero sí ha prometido fuerzas para cada día,

Descanso del trabajo, luz para el camino,

Gracia para las pruebas, ayuda del Cielo,

Inagotable compasión y amor sin fin”.


Por Annie Johnson Flint


Hasta la próxima.


A.L.


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