En mi paseo de la tarde con Tita y después de casi diez días de estar en cama por el omicron, encontré muchos dientes de león y aunque es considerada hierba mala, es una planta muy medicinal y muy bella para mí. ¿Quién no jugó alguna vez soplando un diente de león?
Allí radica su belleza, en su debilidad, en su fragilidad, en su quebrantamiento, cuando ya no queda más para hacer, cuando ha cumplido su tiempo de llamativas flores amarillas y el fruto ha madurado, simplemente se convierte en un vilano que será esparcido por el viento, sus semillas darán nueva vida, serán arrastradas hasta donde deban ir y allí habrá un nuevo comienzo.
Cuánto quebrantamiento debe haber en nosotros para emanar el aroma de Cristo; si el grano de trigo no cae en tierra, si no se rompe, si no se destruye, NO LLEVA FRUTO. (Juan 12:24).
La vida de Jesús solo podrá formarse en vidas quebrantadas, vidas que han muerto a su vieja naturaleza para nacer a una nueva. ¿Cuándo es más bello el diente de león? Cuando muere y su fruto es llevado por el viento.
Queremos ser usados por Dios, pero nos resistimos con todas nuestras fuerzas a morir, nos negamos a dar nuestra vida, no tenemos más de Él porque nos rehusamos a ser quebrantados.
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