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Adriana Lelión

EN EL SALÓN DE CLASES


Tomado de pixabay.com

Hoy llegué a mi salón de clases, no había ningún otro estudiante, solo mi Maestro y yo. Mi Maestro estaba sentado en su sillón, concentrado en sus quehaceres, no levantaba su mirada. Yo deseaba que me hablara, que me dijera algo, pero en su silencio Él me enseñaba.


Mi Maestro es tierno, me ama, su mirada lo dice todo, sus palabras cuando son pronunciadas elevan mi alma. Sin embargo, esta vez en ese salón de clases, mi Maestro no me miraba, parecía ausente, aunque yo sabía que Él estaba ahí para mí.


Yo estaba inquieta, quería hablar, saltar de mi silla, hacer algo, porque parecía que Él no hacía nada. Deseaba correr al tablero y llamar su atención, pero sabía que no podía, debía aprender a estar quieta y callada. Mi Maestro me estaba enseñando a descansar en Él y a dejar mis vanos esfuerzos de querer escucharlo a mi manera. Hoy no tenía que pasar el tablero, no tenía que hacer nada, solo debía contemplar a mi Maestro.


Hoy mi Maestro me estaba enseñando que aunque no diga nada, Él está ahí, que aunque guarde silencio y parezca distante no lo está, solo me está enseñando nuevas lecciones en su clase. Parecía que no estaba haciendo nada, pero lo estaba haciendo todo, me estaba entrenando, enseñando, solo que no era lo que yo esperaba.


En mi mente pensaba, Él no me ama. Y mi enemigo hacia burla de mí, me miraba desde afuera y me gritaba ―Él no te ama, te abandonó en ese salón de clases, no te habla, ni te mira porque no le importas―. Yo solo tapaba con mis manos mis oídos para no escucharle, mi Maestro sí me ama, Él dijo que nunca me abandonaría, así pareciera ausente. Me aferré a su promesa, no quise desconfiar de mi Maestro, el enemigo podía gritarme desde afuera, pero yo no podía darle poder creyéndolo en mi mente.


Llegó la noche y mi Maestro seguía callado, no me miraba, su voluntad parecía que debía permanecer allí, y aunque la noche parecía abrumadora, Él no se había ido, seguía conmigo y su paz se sentía por todas partes. En mi corazón sabía que sin mi Maestro no podía permanecer en ese salón de clases y también sabía que mi Maestro destronaría mis expectativas de lo que yo pensaba que Él tenía que hacer y lo que tenía que enseñarme cada día. Él es el quien sabe, yo no sé nada.


Mi Maestro me estaba enseñando y ese día aprendí una lección que nunca olvidaré. Cuando clareó la mañana, mi Maestro me miró con ternura, se acercó y me dio su abrazo. Su voluntad es siempre buena, agradable y perfecta, así yo no lo vea o no lo entienda. Él trabaja de formas inexplicables, así parezca que no hace nada. Mi Maestro me ama y siempre está conmigo así caiga la noche, Él nunca me abandona, así parezca distante. Mi Maestro me enseña como nadie nunca lo hace, y hoy me enseñó a escuchar los suaves susurros de su voz en la quietud y en el silencio.


Hoy aprendí algo nuevo en mi salón de clases.


Atentamente,


Una simple estudiante en la Escuela de Dios.

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