Leí hace poco esta frase de Agota Kristof, compartida por Karla de Fernández: “Cómo hacerse escritor, en primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros”.
Y esto me recordó a mi abuelo, él me regaló mi primera máquina de escribir a mis doce años, no hubiera imaginado ni por un momento que algún día lo que aprendí en mi vieja máquina me ayudaría hoy para mis escritos.
Desde niña escribía de manera esporádica, escribía poemas e historias de ficción, pero cuando crecí y las circunstancias cambiaron, lo olvidé, lo dejé a un lado; sin embargo, Dios no se olvida de los propósitos que tiene con nosotros, Él se encarga de llevarnos al principio de todas las cosas y permitió que el dolor me regresara a la escritura, Él se encarga de poner todas las cosas en su lugar.
El Señor me escogió para esta labor, no obstante, escribir no es fácil, no es una labor que uno escogería por motivación propia, por lo menos no para escribir acerca de los caminos de Dios; escribir como un apostolado o como un servicio a Él, cuesta, es una lucha espiritual, porque Él te pone a vivir lo que te guía a escribir. Dios te vacía de ti mismo cada día, para no anhelar nada más que su gloria, derriba toda autocomplacencia e interés propio, y lo hace con sus tratos a tu vida.
No, escribir no es fácil, no es sentarse y que por obra y gracia del Espíritu Santo te dicte al oído lo que vas a escribir, el cuento de la musa de la inspiración es precisamente eso, puro cuento. Escribir requiere disciplina y Dios te forma en ella, y más si escribes para Él, se requiere la rendición de tu voluntad y una muerte lenta a tu propio yo. Y no solo para escribir, para cualquier servicio al Señor, para toda vida que se ha rendido al uso exclusivo de Él.
Mis escritos han nacido en medio de muchas pruebas, aflicciones, necesidades económicas, luchas con el insomnio, malentendidos, enfermedades, depresiones, lágrimas y también en momentos de mucha alegría y de gratas sorpresas. En medio de los cuidados a mi madre, a mi hogar y los cuidados a mi salud, en medio de muchos problemas de la vida diaria, del oficio de la casa, escribiendo en los buses las ideas que se vienen a mi mente, escribiendo en las citas médicas, mientras hago una fila, mientras espero respuestas en Dios.
Escribiendo mientras tomo un sorbo de tinto bien calientico preparado por mi madre, para al final dejarlo a un lado y recordar como a las dos horas que no me lo tomé completo. Mientras la música del vecino suena o golpean a la puerta o timbra el teléfono, con el bullicio de la calle intentando concentrarme. No escribo en un bosque de ensueño, en una casita de colores oyendo el canto de las aves, ojalá fuera así. Dios no nos hace la vida más cómoda, Él trata con nuestros corazones mientras hacemos lo que Él nos encarga hacer.
Tiempos en los que me quedo mirando al infinito mientras mi madre me habla de un tema, pero yo estoy pensando en otra cosa, en si ese párrafo debería ir ahí o debería quitarlo, si es coma o punto y coma lo que va después de esa frase, si ahí va punto seguido o punto aparte, si conjugué bien ese verbo, ese versículo que sé que existe, pero no me acuerdo en qué libro de la Biblia está, si esa frase que leí es de Austin Sparks o de Martin Stendal o de Michael Clark o de alguien más y no me acuerdo en qué libro está.
Esos momentos en que miro la pantalla y estoy bloqueada o me siento cansada y debo parar o el cuello me arde del dolor o escucho esa voz del Espíritu en mi interior que me dice: "descansa y retomemos mañana". Es una caminata diaria junto al Padre escuchando su más mínima dirección para no meter mi mano en sus asuntos.
Escribir aprendiendo a no apurar nada antes de tiempo, porque algo hecho fuera del tiempo de Dios es un desastre y una tragedia. Permitiendo que Dios afine, que el Señor apriete tuercas y que trate con cada área de mi vida por pequeña que sea. Dios me recuerda que estoy escribiendo para Él y estoy haciendo una labor para Él, no escribiendo cualquier cosa. Me recuerda que mis fuerzas son inútiles y con lo único que cuento es con su gracia.
Escribiendo aprendo que no es por mí, que todo es por Él, que no hay nada que presumir, que el plan de Dios no reposa en mi perfección, que descansa es en Su perfección, porque yo disto mucho de ser perfecta, en el camino cometeremos errores y pecaremos, no como esclavos del pecado, pues ya no lo somos, pero sucederá y lo que cuenta aquí es nuestra actitud ante Él, una actitud de: "aplica tu corrección y perdóname Señor". Escribiendo descanso en su perdón, en que sus planes prevalecerán por Él y por su fidelidad, no por la nuestra.
Y si algún día Dios dice: "ya no más", entonces dejaré esta labor porque allí ya no estará Él. Moisés dijo: "si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí". Éxodo 33:15.
Donde el Señor ya no está, no debemos quedarnos, ir más allá, es ir por nuestra cuenta y sin sus fuerzas.
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