Dos corazones frente a Dios, un fariseo hinchado de auto justificación y arrogancia, “yo no he hecho nada malo, no soy homicida, no soy adúltero, no soy ladrón, pero práctico todos los ritos religiosos”; el otro un pobre publicano, mirando desde la perceptiva de Dios, viéndose tal y como Dios lo ve, como alguien que no merece la gracia de Dios ni Su perdón, “pobre de mí pecador”. El publicano fue justificado.
Cuando abrazamos la cruz del Señor vemos que no somos nada, que en nuestra carne no habita lo bueno, que nuestro corazón está necrosado; por lo tanto, debe ser amputado por la obra profunda de la cruz en nuestras vidas. "Sé que en mí (es decir, en mi carne) nada bueno habita ". Romanos 7:18
Debe ser quebrantada la auto justificación del espíritu religioso que radica en el orgullo del corazón. Que el Señor nos dé un corazón para reconocer nuestra inutilidad, nuestra incapacidad y que el orgullo sea derribado para que Cristo sea exaltado en nuestras vidas y no ser humillados.
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