¿Qué hace que dos personas en el mismo lugar, escuchen algo completamente diferente?
Hace unos años, estaba sentada junto a una amiga escuchando una conferencia de un predicador muy famoso. Ella estaba extasiada, boquiabierta. A todo lo que él decía, respondía con un “amén, gloria a Dios”. Ni siquiera pestañeaba, estaba sin aliento y me miraba con ojitos saltones. Mientras que yo estaba como una momia en ese asiento, no comprendía cómo se extasiaba por algo que a mí no me producía ni cosquillas. Yo no sentí el aroma de Jesús en esa conferencia, mis entrañas no se conmovieron con esas palabras. Y no hallaba la hora de que ese momento terminara.
Después de un tiempo, fue invitada por otra a amiga a una pequeña reunión. Como siempre, llegué temprano (tengo la manía de ser puntual), había un hombre que estaba sentado en una esquina, era ya mayor, leía su Biblia y hacía pequeñas anotaciones en una agendita. Me imaginé que era otro asistente igual que yo. Y cuando comenzó la reunión, el hombre que estaba sentado, calladito en esa esquina, era el conferencista. El predicador era alguien sin fama, sin nombre, solo reconocido por las personas más cercanas. Pensé que, si mi amiga, la de la otra conferencia hubiera asistido, se hubiera aburrido y hasta dormido (el orador no estaba haciendo descender fuego del cielo). Sin embargo, esta vez, yo era quien estaba extasiada, no pestañeaba, oía algo que nunca había escuchado en otro lugar. Ese día el cielo se abrió para mí, sentí la vida y el olor de Jesús en ese predicador tan común y corriente.
¿Qué nos enseña esto? Que el Señor a menudo viene a través de personas que nosotros descartaríamos de inmediato, las dejaríamos a un lado porque no son famosas, porque no son conocidas. Y esto lo hace Él, para sacar a la luz el estado de nuestro corazón.
“Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y lo glorificaré otra vez. Entonces la multitud que estaba allí y lo oyó, dijo que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No por mí ha venido esta voz, sino por vosotros”. Mateo 12: 27 – 30
El Señor Jesús estaba en medio de una multitud sorda espiritualmente, no escucharon la voz del Padre. Unos pensaron que era un trueno y otros que tal vez había sido un ángel. Actualmente, hay una ceguera y una sordera muy profunda en el cristianismo.
Como escritora, lo he experimentado, unos me buscan para decirme cómo determinado escrito o libro tronó en sus vidas y otras personas, que leyeron lo mismo, no sintieron nada en absoluto y lo descartaron.
Estamos acostumbrados a los fuegos artificiales en el cristianismo. Nos volvimos sordos a la sencillez del evangelio en personas ordinarias, desencajadas, con vidas ordinarias y experiencias ordinarias. Hay demasiado ruido en la vida cristiana, demasiado entretenimiento, mucho espectáculo. Esto nos está cegando y nos está volviendo sordos. La fe se vende como solo el asentimiento mental a verdades teológicas. Los cantos de sirena atraen y cautivan dentro de las congregaciones con buena música y oradores muy carismáticos y elocuentes, pero la gente no está captando las cosas espirituales. ¿Por qué? Porque el problema radica en el corazón. ¿Qué estamos persiguiendo? ¿A quién estamos persiguiendo? ¿Qué es lo que deseamos escuchar? El estado del corazón es supremamente importante para escuchar la voz de Dios.
“… porque todavía no entendían el significado del milagro de los panes. Tenían el corazón demasiado endurecido para comprenderlo. Marcos 6: 52
“Jesús supo lo que hablaban, así que les dijo: —¿Por qué discuten por no tener pan? ¿Todavía no saben ni entienden? ¿Tienen el corazón demasiado endurecido para comprenderlo?”. Marcos 8: 17
“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, puesto que os habéis hecho tardos para oír”. Hebreos 5: 17
“… no endurezcan el corazón como lo hicieron los israelitas cuando se rebelaron, aquel día que me pusieron a prueba en el desierto”. Hebreos 3: 8
“… Si oyereis HOY su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Hebreos 4: 7
El asunto del corazón es un tema muy importante para el Señor y en esto radica todo. El corazón que ama al Señor y que tiene hambre de Él, estará dispuesto. Podemos tener todo el conocimiento teológico y sabernos todas las doctrinas de memoria; no obstante, nuestro entendimiento espiritual ser el de un bebé.
“El Señor dice: «Este pueblo viene a mí con palabras y me honra de labios para afuera, pero su corazón está lejos de mí”. Isaías 29: 13
Las personas pueden escuchar las profundidades de Dios y, sin embargo, eso que escucharon, no llegó a su corazón, solo lo asintieron con su cabeza, esas verdades no tronaron en sus vidas. ¿Por qué? Porque la habilidad de escucharlo nace de un corazón que se deja limpiar, que se deja tratar, que está dispuesto, rendido, hambriento, que reconoce su necesidad de Dios. Un corazón abierto, quieto y silencioso escuchará su voz, por encima de las otras voces que gritan diariamente.
“Mi amado habló …”. Cantares 2: 10
La novia escuchará la voz del Novio y sabrá la diferencia, ella no escuchará un trueno, no creerá que es un ángel, ella sabrá exactamente cuál es la voz de su Amado. Cuando ella escucha a su Novio, siente mariposas en su estómago, su corazón salta de alegría, sus entrañas se agitan.
“Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Lucas 24: 32
“… y tras su hablar salió mi alma”. Cantares 5: 6
La Sulamita supo que esa voz, era la voz de su amado y no de otro. Un corazón que está dispuesto a salir tras el Señor, que está dispuesto a obedecer, a rendir y a responder a la luz que el Padre le está revelando, ya sea a través de las Escrituras, de un artículo, de un libro o de una conferencia, quizá dictada no por el más famoso. La Palabra es viva y eficaz, pero se necesita un corazón dispuesto, un corazón manso y un corazón humilde para oír lo que Dios tiene que decirnos.
“… Todas las mañanas me hace estar atento para que escuche dócilmente”. Isaías 50: 4
Hasta la próxima.
A.L.
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