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Adriana Lelión

GUARDA TU CORAZÓN PROVERBIOS 4: 23



Nuestro corazón es un lugar muy especial, un lugar que debe ser protegido con mucho rigor. Guardamos muchas cosas y personas preciadas, pero pocas veces el corazón.


Nuestro corazón tiene una gran puerta y debemos tener cuidado a quién se la abrimos de par en par. El corazón lo podemos comparar con el Tabernáculo de Moisés, este tenía un atrio exterior, un lugar santo y un lugar santísimo.


El atrio exterior era el lugar donde muchas personas podían entrar a realizar los sacrificios por el pecado y la culpa; es ese lugar en nuestro corazón en que muchas personas pueden estar, pueden conocernos de cierta manera, podemos darles cierta confianza, pero no pueden ir más adentro.


Luego estaba el lugar santo, que solo era para los sacerdotes; este es un sitio de nuestro corazón más sagrado, más personal, más íntimo que solo muy pocas personas pueden acceder.


Y por último estaba el lugar santísimo que era solo para el Sumo Sacerdote y solo se podía acceder a él una vez al año; es en ese lugar íntimo y sagrado de nuestro corazón que solo puede estar el Señor, un lugar reservado solo para Él.


No podemos abrirle el corazón a todas las personas, no podemos dejar entrar a todos indiscriminadamente, hay cosas que solo el Señor debe conocer.


No podemos permitir el acceso más íntimo a nuestro corazón, porque de él mana la vida. Solo las personas que el Señor nos indique y apruebe tendrán acceso a él, no es fácil lidiar con esto.


Como escribió Martín Stendal:


"Nosotros somos el templo de Dios. Si no tomamos esto seriamente podemos ser engañados. La caída de Eva no fue cuando ella mordió la manzana; empezó cuando ella abrió su ser a la voz equivocada".


Todos deseamos un lugar de pertenencia, Dios nos hizo seres sociales y anhelamos formar vínculos saludables; sin embargo, nosotros no conocemos los corazones de los demás, ni siquiera el nuestro, pero Dios sí, nuestra dependencia de Él es vital en este asunto, no podemos permitir la entrada a personas que pueden dañar las partes más internas de nuestro corazón.


Como escribió Mary DeMuth en su libro "Las siete amistades que destruyen":


"Confiar en una persona peligrosa solo te traerá dolor, lo cual resulta en drama y amargura, alargando el camino hacia la sanidad...un predador hará presa de ti, sin importar que seas familia o no".


Dios desea darnos buenas amistades y que nosotros también lo seamos. Amistades que nos traigan vida, que nos alienten, que nos generan paz y tranquilidad.


Amistades que nos otorguen gracia, misericordia y compasión, que no asuman nada de nosotros ni de los motivos de nuestro corazón sino que pregunten. Amistades que sean capaces de decirnos la verdad en amor, que admitan sus culpas y aprendan de sus errores, que pidan perdón y lo reciban, que sean empáticos con nuestro dolor, que no tomen el lugar del Espíritu Santo y se crean nuestros hermanos mayores o nuestros padres. Que no critiquen ni juzguen.


Amistades que no se pongan a la defensiva, que nos alienten a una vida con Dios, que nos dejen en libertad y no traten de controlarnos o manipularnos, que sean siempre los mismos en todo lugar y en toda situación, que sean confiables y enseñables. Amistades que celebren nuestros logros.


Podemos descansar en Su sabiduría para que Él nos lleve a personas que Él quiere en nuestras vidas y que serán de bendición, de refrigerio, de edificación y no de destrucción.


A veces el rechazo de Dios a alguna amistad, es una forma como Él nos protege y protege nuestro corazón, porque sabe que de él mana la vida. Una alianza en el amor o la amistad que no viene de Él nos puede costar y traer muchas dificultades, y de esto nos quiere librar el Señor.

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