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Adriana Lelión

JESÚS ACERCÓ SU SILLA


Tomado de pixabay.com

Llegué un poco confundida, suspiré y me encogí de hombros. Me desplomé en ese sillón moviendo la cabeza de un lado a otro, sin entender nada de lo que estaba pasando. Mi voz interior gritaba ― ¿Por qué Jesús no hace algo? ―. Él estaba detrás de mí, acercó su silla, me miró con el más grande amor y también suspiró. Se veía tan sereno, sus ojos inspiraban ternura y calma, era como mirar el océano cuando está tranquilo o como el cielo cuando está despejado.

Me dijo con la más profunda compasión ―lo sé, no entiendes, no era lo que esperabas o hubieras deseado, estás llegando al final de ti misma y todos tus apoyos están siendo eliminados, incluso sé que te estás desilusionando de tu propia naturaleza. Pero es así que te tengo más para mí, la cruz está obrando en ti como nunca te alcanzas a imaginar, estoy siendo aumentado en tu vida. Sé que hay lecciones que quisieras pasar por alto, pero es necesario que las aprendas y solo así comprenderás cuán grande es tu herencia. En mis caminos no hay atajos, ellos son prácticos y sabes que los aprendes por experiencia. Descansa, entrégame todo, así no entiendas nada, al final verás que todo tenía un propósito dentro de mis planes―.

Me guiñó su ojo, besó mi frente y volvió a su lugar. De inmediato, la paz y el gozo llegaron a mi corazón. “Y Dios nos resucitó con Cristo y nos hizo sentar con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Efesios 2:6) ¡Qué diferente se ve todo desde su perspectiva! Incluso mis preocupaciones terrenales.


Hasta la próxima.


A.L.



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