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Adriana Lelión

LA NOTORIEDAD VS EL REINO DE DIOS



He estado pensando en el tema que hoy quiero compartirte. ¡Cómo amamos lo que es notorio, lo que tiene fama y renombre! Pero en el Reino de Dios todo funciona diferente.


Hace muchos años conocí un hombre que no era nada notorio ni famoso, era un hombre profundo en su caminar con Dios, sencillo, reservado y muy observador. Yo tocaba la vida de Cristo en él cuando hablábamos. Estaba relegado a las simples labores de mensajero y sirviente, sin embargo, el aroma de Cristo emanaba de él.


Dios no te llama a hacer grandes hazañas para Él, te llama a ser fiel. Esto no se trata de grandes plataformas o ministerios de influencia. Sino de aquellos que son fieles en la penumbra, que pasan desapercibidos ante los ojos de la mayoría, cuyo servicio a Dios se hace detrás de bambalinas donde nadie los ve, sino solo Dios. Él ve nuestra fidelidad, no nuestro éxito. 


“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Apocalipsis 2: 10


Mary De Muth escribió recientemente: Jesús no nos llamó a ser líderes. Nos llamó a ser seguidores. Él es el líder.

Siempre queremos correr tras lo novedoso, tras grandes ministerios exitosos. No obstante, Dios nos llama a una obediencia sencilla al susurro de su voz, a los empujones de Su Espíritu, sin necesidad de mostrarlo todo. Sin desear construir reinos propios, sin necesitar ser vistos por los hombres. Dios nos llama a la sencillez de un caminar con Él en el diario vivir.


“Su señor le dijo: Bien, buen esclavo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25: 23


“Bien hecho, siervo y fiel”, tiene mayor fuerza en escenarios pequeños e insignificantes para los hombres, en la oscuridad de nuestras circunstancias y en medio de nuestro diario vivir. Dios ya no hace cuentas contigo, no tienes que ser algo o alguien, no tienes que ser la gran cosa, tu valor está en Cristo. Dios no está contando cuántas fallas cometes al día, cuántas almas conviertes a Dios, cuántas actividades haces para Él o cuántas oraciones haces en el día. Dios anhela nuestro corazón para transformarlo.


Mike Yaconelli escribió: La Gracia no existe para hacernos exitosos. La Gracia de Dios existe para mostrarle a la gente un amor como ningún otro que hayan conocido. Un amor más allá de los límites.

Tú tienes tu lugar en el Cuerpo de Cristo, no tienes que ser lo que otros son ni hacer lo que otros hacen, la labor en la que te ha puesto el Señor es importante, así no sea detrás de un púlpito o en un ministerio llamativo. Hemos creído que servir al Señor tiene que ser a la manera de los hombres, creemos que ser útiles en la obra de Dios es estar siempre haciendo algo. Dios tienes sus maneras de usarte incluso sirviendo en tu hogar, en tu trabajo, en tu escuela o donde estés. Dios te llama a una vida a sus pies, no a una vida de activismo, Dios quiere una relación contigo, no tus actividades en nombre de Él.


Enoc no hizo nada extravagante, simplemente caminó con Dios, no se dice nada más de él (Génesis 5: 24). De Apeles, nombrado en Romanos 16: 10, se dice que fue aprobado por Cristo, tampoco se dice nada más de él, pero está ahí. Porque eso es lo importante, que seamos aprobados por Cristo, no por los hombres, que caminemos con el Señor, que tengamos un corazón para Él y que seamos fieles a Él, no que hagamos muchas actividades para Él.


El fruto no tiene que ver con cuántas personas traes a tu iglesia, cuánto diezmas, cuánto ayunas, cuántas veces a la semana vas a tu congregación o parroquia, cuántos ministerios, dones o liderazgo tienes, cuánto estudio teológico te acompaña, sino cuánto de Cristo hay en ti. Los discípulos de Jesús son conocidos por los frutos, y la cruz es el Árbol de la Vida que tiene esos frutos que el Señor quiere ver en nuestro corazón. El fruto es el carácter de Cristo reproducido en nosotros, no es más ni menos.


Lamentablemente, cuando hay notoriedad, comenzamos a pensar en nosotros mismos y en cómo las personas servirán a nuestros propósitos y beneficios, cómo podemos manipularlos. Por eso el Señor Jesús les dijo a sus discípulos: “entre vosotros no será así”. El que quiera ser mayor en el reino de Dios, debe servir (Mateo 20: 26 – 28). La notoriedad arranca la sencillez del corazón y comenzamos a exigir un trato especial, dejamos de ser hermanos para estar por encima de los demás, controlando hasta sus más mínimos movimientos.


Dios nos llamó a ser fieles y a servir, esto fue lo que hizo nuestro Señor Jesús cuando estuvo en la tierra y fue el legado para sus doce discípulos y para esas siete mujeres que siempre lo acompañaron. Muchos se alimentan de las masas y las oprimen para lograr lo que quieren y eso es abuso espiritual.


Preferimos buscar a los líderes que buscar a Cristo, porque seguirlo a Él tiene un costo muy alto. El dolor hace parte de los seguidores de Jesús. Desde nuestra parte trasera de la vida, sin ser notorios, podemos mostrar a Cristo a los demás y emanar su aroma como aquel hombre que conocí en mi juventud. Jesús dejó su comodidad para hacerse siervo, y no solo se hizo siervo, sino que vivió sin tener dónde recostar su cabeza. Huía de las multitudes, aunque ellas le seguían, Él no quería ser una celebridad, murió en la forma mas horrenda y no fue enterrado en un mausoleo ni se le puso una lápida de mármol.


Jesús usa a la gente que menos uno espera, a la gente rota y destrozada, para mostrarle al mundo que Él es asombroso, que su gracia es lo más grande que tenemos. Y te puede usar a ti. Él escogió lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte, escogió lo vil y menospreciado, lo que el mundo rechaza para que nadie se jacte ante Él.


Cristo nos llama a morir, a una vida incómoda y eso no es glamuroso. Esta vida está fuera de los reflectores, aquí no se le tocan campanas aquel que toma su cruz y lo sigue. Aquí no nos preocupa nuestra reputación ni nuestros derechos, sino los derechos y la reputación de Dios. El mundo nos invita cada día a una vida exitosa y notoria, se aplauden a los famosos, a las celebridades, pero su Reino es distinto. El Señor nos llama a disminuir, a servir, a amar a los demás como Él nos amó, a morir y a ser fieles hasta la muerte, para recibir la corona de vida.


Nuestra vida no es medida por las condecoraciones, por los aplausos, por las aprobaciones, por los éxitos, los elogios, sino por lo que es Él en nosotros. La fama y la notoriedad son un peligro en nuestra relación con Jesús, es un camino que conduce a la corrupción, al orgullo y a la devastación.


Así que hoy el Señor nos invita a ser pequeños, sencillos, a estar detrás de los escenarios. Como escritora esta es mi oración todos los días, porque la gente comienza a pensar que eres una especie de gurú, alguien perfecto y que Dios te ha elegido porque estás a punto de ser canonizada. Y todos los días tengo que recordar que, Dios me usa por Él, no por mí, soy un vaso imperfecto, Él es el perfecto. Yo peco quizás en forma diferente que tú y por eso todos los días debo ser sostenida por la gracia de Cristo. En cada instante debemos ser salvados de nosotros mismos.


No somos grandes, somos pequeños, la celebridad es una ilusión, la fama es efímera como todo lo de este mundo y te aleja de Cristo. Dios mira el corazón y no lo que haces para Él, Dios no está llenando lista de chequeos contigo. Dios no mira números ni grandes plataformas ni grandes ministerios. A Él no le impresiona el éxito de alguien ni sus conocimientos o sus diplomas ni los seguidores de sus redes sociales.  Jesús dijo que los primeros serían los últimos y los últimos primeros; que seamos de los que preferimos sentarnos en el último lugar, que lo único que nos importe sea estar a sus pies y ser fieles a Él.


Hasta la próxima.


A.L.

 

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