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Adriana Lelión

LA REGLA DE ORO PASADA POR ALTO


Tomada de pixabay.com

Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti. Esa es la esencia de todo lo que se enseña en la ley y en los profetas. Mateo 7: 12


Existen muchos problemas en el conjunto en donde vivo, la gente es implacable, se respira un aire de agresividad, de envidia, de hipocresías, no es un ambiente sano; recientemente en una asamblea, una mujer hizo fuertes acusaciones contra uno de sus vecinos, algo que no se puede comprobar ni asegurar, era como si quisieran dañar la honra de este hombre por alguna discordia entre ellos; y lo más triste de la historia, es que la mayoría de personas lo ultrajaron verbalmente, pedían a gritos que fuera demandado sin tener pruebas de nada. Me dio tanto dolor por él, por su esposa y sus hijas, y me di cuenta que vivo en un lugar rodeado de gente que no tiene la más mínima misericordia. Al otro día este hombre recibió en la puerta de su apartamento un panfleto amenazándolo e insultándolo con todo tipo de palabras.


Esto me entristeció enormemente, me enojé, sentí tanta impotencia ante esta situación, que entendí a Pedro el día que sacó su espada y aunque no lo justifico, lo entiendo.


Cada día me doy cuenta que en este mundo no hay mucha gente con bondad y lo he podido comprobar de cerca. Hay tanta ira en el corazón del ser humano, tanto resentimiento, los corazones están llenos de heridas y la gente herida, hiere a otros y los lastima, el odio despierta rencillas, la violencia genera más violencia, pero el amor cubre multitud de faltas.


La gente destruye a su prójimo, les roban la honra, hablan más de la cuenta, actúan con resentimiento cuando les hieren el orgullo, devuelven mal por mal. Toman represalias sin una gota de remordimiento. No hay un trato amable y respeto por los demás, parece que desayunaran escorpiones todos los días. La ira del hombre no obra la justicia del Señor. Hay un egoísmo tan enraizado en el corazón del ser humano, la lucha es por el “yo”, que mi ego no salga lastimado.


Cuando un niño no obtiene lo que quiere hace berrinche, se tira al suelo y llora descontroladamente. Y cuando somos adultos y no obtenemos lo que deseamos, entonces, tomamos represalias y aplastamos a los demás. Cuando nos hieren el orgullo, nos vengamos de alguna manera y humillamos. Necesitamos ser abrazados por los frutos del Espíritu Santo, necesitamos que el amor del Señor se instale en nuestros corazones para que todo sea diferente. Si practicáramos el amor, la bondad, la benignidad, la paciencia y todo lo demás, ¡qué distinto sería todo!


Y si tú y yo hemos vivido lo suficiente en este planeta, sabemos muy bien que aquí en esta tierra encontramos traición, murmuraciones, puñaladas por la espalda y que este es el pan de todos los días; y esto no solo proviene de aquellos que no conocen a Dios, este tipo de cosas incluso llegan en las manos de gente que dice amar al Señor, que siguen a Cristo o que son fervientes religiosos. Yo lo he visto y lo he vivido en carne propia. El Señor Jesús lo experimentó cuando llegaron por Él con palos y antorchas, y entre esta horda estaba uno de sus amigos. El Apóstol Pablo fue apedreado en Listra por los mismos que hacía unos segundos lo habían adulado.


Cuánto de su amor necesitamos en nuestros corazones para ser personas que no promuevan el odio, las rencillas, los chismes, la traición, para que no seamos personas de dos caras, para que aprendamos a caminar la otra milla, para que no solo demos la capa sino también la túnica y pongamos la otra mejilla. Que respiremos antes de enojarnos y nos detengamos antes de reaccionar con ira, que no busquemos la venganza ni tomar represalias.


Para que aprendamos a defender a nuestros amigos cuando no están presentes, especialmente cuando alguien viene a hablarnos mal de ellos, a destrozarlos con mentiras, cuando los juzgan sin motivos y los acusan falsamente ―todos somos inocentes hasta que se nos demuestre lo contrario―, que aprendamos a escuchar las dos versiones, que vayamos a la persona y le preguntemos, y no demos nada por sentado.


Los malos entendidos surgen cuando no se aclaran las cosas de inmediato, cuando no se habla con sinceridad, cuando se asumen cosas que no son y se le atribuyen motivos al corazón del otro que quizás no existen. Como decía mi abuela: “Hablando se entiende la gente”. Pero, no lo hacemos.


Que el Señor escriba su regla de oro en nuestros corazones, pues lo que no queremos para nosotros, no lo hagamos a los demás.


Recordemos estas palabras que están escritas en el libro de Oseas:


Porque misericordia quiero, y no sacrificio… Oseas 6: 6 a


Creo que todos en algún momento no hemos sido inmunes a nuestra humanidad, que el Señor tenga misericordia de nosotros y forje su amor en nuestras vidas.

Hasta la próxima.


Tu amiga,


A.L

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