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Adriana Lelión

LA TRAICIÓN DEL CORAZÓN SALMO 55: 12 -14


“Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni el que me aborrecía se engrandeció contra mí, porque me hubiera escondido de él; mas tú, hombre, según mi estimación: mi señor, y mi familiar. Porque juntos comunicábamos dulcemente los secretos, en la Casa de Dios andábamos en compañía”. Salmo 55: 12 - 14

Estas son las palabras de un hombre herido en lo profundo de su corazón, y no hay dolor más más grande que el dolor de la traición; y aquí no solo hablo de la traición que tiene que ver con la infidelidad de un hombre a una mujer o viceversa, hablo de esa que también duele en el alma, esa que tiene que ver con defraudar la confianza, con traicionar el amor, cuando todo se ha dado y se defrauda ese amor entregado.


Tanto fue el dolor de David que dijo: “¡Quién me diera alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría”, así sería el dolor punzante; “ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto”, para él hubiera sido mejor morar en el desierto, habitar con animales salvajes y entre la sequedad, que habitar entre gente hipócrita, falsa y traicionera, huir para él hubiera sido un descanso, ¿quién no ha vivido esto?


Ahitofel, su amigo lo traicionó, aquel que compartía dulcemente sus secretos y con el que andaba en compañía en la casa de Dios, es decir no era cualquier amigo ni un conocido o un simple vecino.


No hay dolor más grande que confiar en alguien que traiciona la confianza, que destapa los secretos o los usa para hacer daño, que dice cosas que no debe decir cuando se le ha abierto el corazón, que juzga, que miente, que malinterpreta las palabras, que defrauda y desilusiona.


David encontró descanso en Dios en medio de este dolor, sabía que solo el Señor es nuestro equilibrio en medio del descontrol que produce la traición, en medio del desierto Él es nuestro refugio, en la tormenta Él es nuestra ancla y que solo en Él tenemos esperanza cuando los demás fallan.


“Echa sobre el SEÑOR tu carga, y él te sustentará; nunca permitirá que resbale el justo”. Salmo 55: 22


Todos nos hemos quedado cortos en la lealtad hacia los demás, pero lo más grave es que nos hemos quedado cortos en nuestra lealtad al Señor.


Jesús conoció la traición, Él sabe qué significa ese dolor y puede entendernos. Pedro aseguró nunca traicionar y negar al Señor, y lo negó tres veces; él fue su amigo, uno de los tres que lo vieron transfigurado en el monte, Sus secretos fueron revelados a Pedro y a los otros dos, Pedro primero lo llamó Cristo, el Hijo del Dios Viviente y luego lo traicionó; sin embargo, su negación, su traición no lo descalificó del reino, Jesús redimió su peor momento y sus acciones, que produjeron dolor al corazón de Dios, el Señor lo reestableció al servicio. Esta es nuestra esperanza, si caemos, Él nos recoge, nos levantamos de nuevo por la grandeza de Su amor. Qué gran amor y misericordia de nuestro Señor y qué diferentes somos de Él.


Cuando veo mi humanidad y la de los demás, no puedo dejar de sorprenderme por el grandioso amor de nuestro Señor, Él nos ama a pesar de nuestra deslealtad para con Él, cuántas veces lo hemos traicionado y Él nos sigue amando, Su amor es incomprensible y sin medida. Siempre nos quedaremos cortos en nuestro amor por Él y nunca llegaremos a comprenderlo.


Que podamos amar de esta manera, a pesar de la traición y el dolor que causen a nuestro corazón, a pesar de que nos defrauden, nos desilusionen, a pesar de que nos paguen mal por el bien que hemos hecho, que el amor y el perdón de Cristo sea perfeccionado y formado en nuestras vidas.


Que el Señor desarraigue de nosotros el corazón desleal y traicionero que adquirimos de Adán y nos dé el corazón de Jesús, que fue leal con su Padre hasta el día de Su muerte.

Su amor fue tan grande que aun después de levantarse en la resurrección no le recriminó a Pedro su negación, su traición, simplemente lo amó y lo restauró. Dios tenga misericordia de nosotros.

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