En este mes cumplo diez años de estar escribiendo. Llevo cuatro libros publicados, uno que está en edición y otro que se está forjando en el corazón, muchos escritos en el blog, otros solo están en mi ordenador, muchos más en mis cuadernos y algunos en el blog de notas en mi celular. Dios escogió este camino para mí y no ha sido color de rosa. Si miro hacia atrás veo la fidelidad y la misericordia del Señor en todo este proceso. Dios me ha enseñado de formas maravillosas, pues solo soy un aprendiz de escritor; mis primeros escritos no son nada parecido a lo que hoy escribo, he avanzado, he madurado, he crecido, he aprendido a tenerme paciencia y a darme gracia en cada momento. La fuerza del Señor me ha sostenido en cada paso y su provisión ha llegado en cada etapa.
Sin embargo, a veces me siento cansada, en especial en estos días. No está mal cansarse. No está mal en reconocer que llega un momento que quisieras parar y darte un descanso para recargar y reiniciar ¿No te ha pasado lo mismo? Y es normal cansarse, es parte de nuestra humanidad.
E hizo Moisés que partiera Israel del mar Bermejo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó al SEÑOR; y el SEÑOR le mostró un árbol, el cual cuando lo metió dentro de las aguas, las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y derechos, y allí los probó. Éxodo 15: 22 - 25
El pueblo de Israel recorrió tres días el desierto y no halló agua. Estaban cansados, no debe ser nada fácil recorrer un desierto, si no lo hemos hecho, pues no sabemos cómo se siente. Ellos se sentían agotados, desesperados, necesitaban agua. Y llegaron a Mara, pero no pudieron beber de estas aguas porque estaban amargas, así como algunas circunstancias que nos rodean que amargan nuestra existencia. Entonces como era común en este pueblo, murmuraron. Y como podemos hacerlo nosotros, porque nuestra naturaleza cerril es así. El problema no era que estuvieran cansados, esto era normal, el problema era su falta de confianza en el Señor. Y Moisés clamó y el Señor les dio un árbol y lo metieron en el agua, y las aguas se endulzaron.
Allí el Señor les dio estatutos y derechos, y los probó. Dios nos prueba en cada etapa del camino, nuestro peregrinaje a la eternidad está llena de etapas y desiertos, porque a través de cada desierto Dios saca a luz algo particular de nuestra naturaleza. Hemos sido salvados por la fe en Cristo, redimidos por su sangre, pero todavía hay cosas de nuestra vieja naturaleza que siguen estando ahí y que Dios debe despojar de nuestro corazón. Hemos hecho el trasteo hacia la vida nueva, pero trasladamos cosas de la vieja casa, como cuando nos mudamos, algo de lo antiguo nos llevamos en la mudanza.
Todavía hay amargura en nuestra alma, viejas heridas que están por ahí escondidas y salen a la luz. O quizás las circunstancias por las que el Señor nos hace atravesar llegan a amargar nuestra existencia, tantas cosas pueden ser nuestro Mara. Y Dios nos da un árbol, nos da la cruz y esa cruz endulza nuestras vidas con el agua de su vida, solo el agua dulce de su vida puede saciarnos y quitarnos la sed, y solo la cruz del Señor Jesús puede endulzar esas aguas.
Necesitamos parar y dejar que el Señor nos revele cuál es nuestro Mara y cuál es el árbol que debemos cortar, quizás ese árbol sea dejar ir ese pasado doloroso, perdonar, pedir perdón, sea confiar más en el Señor, entregar nuestras circunstancias en sus manos, dejar de luchar con lo que no podemos controlar. Si hay algo que nos cuesta, que no nos agrada, algo que no deseamos hacer y eso nos amarga, esa es nuestra oportunidad de negarnos a nosotros mismos, de cortar ese árbol, es la oportunidad de elegirlo a Él por encima de nuestro yo y dejarnos tratar el corazón en esa área.
La cruz es tan personal, es a la medida de cada uno y solo su Espíritu puede aplicarla en nosotros a su manera, Dios sabe cuál es nuestro Mara y Dios sabe dónde esa cruz debe caer, en qué lugares de nuestro corazón necesita ser aplicada para sanar, para ser liberados y recibir esa agua dulce de su vida.
El cansancio no era su problema, el problema era su amargura, su queja constante, su falta de confianza en el Señor. Esa agua amarga les reveló su corazón. Ese día Dios les dio estatutos y sus derechos, porque este camino con Dios es una escuela, cada etapa del camino con Él es una enseñanza; cada desierto, cada prueba es para mostrarnos algo de nosotros mismos, para tratar algo específico de nuestros corazones, para mostrarnos más a Cristo.
Ese día el pueblo de Israel conoció a Dios como su sanador y llegaron Elim, que viene de la palabra fuerza. En nuestro cansancio, Él es nuestra fuerza, en nuestra sed, Él es el manantial de agua dulce que dulcifica nuestras amargas circunstancias, que sana las heridas más profundas del corazón, que restaura lo que está roto en nosotros, que calma la tristeza. Cristo es lo dulce de nuestra vida.
El camino con el Señor no es color de rosa, somos lentos en aprender como ese pueblo, Dios nos está llevando a la perfección de Su Hijo, así que los aprendizajes son constantes y sus tratos necesarios en cada etapa del camino. Y esto toma tiempo.
Señor, te pido que dulcifiques las situaciones amargas de nuestro día a día, que traigas refrigerio a nuestras vidas cansadas, que traigas sanidad a nuestros cuerpos y mentes, que sanes las heridas de nuestro corazón y nos reveles en qué lugar de nuestra vida debe ser aplicada tu cruz. Señor, sé nuestra fuerza en nuestro cansancio, danos tu gracia para el camino hacia la perfección de Cristo en cada uno de nosotros. Amén.
En su gracia.
A.L
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