Cuando comencé a escribir acerca de María Magdalena, lo hice con la firme convicción, de que el Señor me revelaría Su corazón con respecto a la mujer. Y así lo hizo, conocí el corazón del Señor que palpita por nosotras las mujeres. Y hoy he estado reflexionando acerca de este tema con todo lo que está sucediendo en Afganistán.
Dios estableció el papel de la mujer desde el comienzo de todas las cosas y es según Su corazón, según Su pensamiento, no según el mundo, ni la cultura, ni la moda, ni nada por el estilo. Los pensamientos del Señor siempre serán más altos que los nuestros (Isaías 55: 8 – 9), el punto de vista de Dios con respecto a nosotras las mujeres es muy distinto, somos amadas por Él y preciosas a Sus ojos.
Cuando Dios sacó a Eva de Adán, la sacó nada más ni nada menos que de su costado, no la sacó de sus pies, para que no fuera pisoteada, ni de su cabeza para que estuviera por encima de él, la sacó de su costado, cerca de su corazón, para estar junto a él, para ser su ayuda idónea. Dios tomó una parte de Adán y edificó a la mujer. Ella salió de él, por tanto, ama como ama él.
Cuando el Señor Jesús entró en esta tierra, no llegó del espacio en un ovni, lo hizo a través de una bella mujer, sencilla y humilde de corazón. La vida misma de Dios reposó en el vientre de una mujer antes de llegar a cada uno de nosotros, Él llegó a morar en el útero de María.
Jesús destruyó todos los prejuicios sociales, culturales y religiosos de la época y muchas mujeres tuvieron un encuentro impactante con el Salvador de nuestras almas. La mujer con el flujo de sangre, inmunda para los demás, pero preciosa a los ojos de Jesús, fue llamada “Hija”, no fue llamada inmunda por Él, a pesar de que era marginada por la sociedad debido a su enfermedad. La mujer encorvada que sanó el día de reposo, le dijo dulcemente “Mujer”, a pesar de ser criticado por deshonrar el día de reposo, porque según ellos poner sus manos sobre ella para sanarla era trabajo. Y la llamó “Hija de Abraham” y en ningún otro lugar en Las Escrituras a otra mujer se le dijo de esta manera.
La mujer samaritana moría de sed espiritual y Jesús le dio agua de Vida Eterna, la vio y le habló, pese a que los judíos y samaritanos no podían sostener ninguna conversación entre ellos. A ella le dijo abiertamente que Él era el Mesías. Con aquella mujer sorprendida en adulterio, la perdonó, la defendió y no permitió que la apedrearan, la libró de ser asesinada, porque el Señor vino a salvar. La mujer prostituta que usó el perfume de su profesión para los pies de Jesús, esos pies cansados de tanto caminar y que ningún religioso fue capaz de confortar, lo hizo esta mujer y no se lo impidió a pesar de que era prohibido hablar con una mujer de mala reputación, no fue discriminada por Jesús, Él la vio y valoró enormemente su acto.
Marta de Betania, fue amada por Jesús, tanto que su casa era el lugar preferido de Él, allí recibía las atenciones como Él se lo merecía. Era un ama de casa amada por nuestro Señor y Él valoró cada atención que le fue dada por ella.
Su hermana María de Betania, lo ungió antes de Su sepultura con un nardo puro muy costoso, que fue derramado todo sobre Él sin medir su precio; enjugó Sus pies con sus cabellos y que ella hiciera eso era escandaloso; sin embargo, el Señor no la detuvo porque su acto fue un acto de amor extraordinario y una adoración absoluta. La dejó sentarse a Sus pies como una discípula, pese a que esto solo lo podían hacer los hombres, Jesús la defendió dos veces, delante de su hermana y de los discípulos. Jesús le agradó su actitud y no la amonestó.
María Magdalena amó al Señor con locura, fue liberada y cautivada por el amor de Él, ella lo siguió, le sirvió y lo amó quizás como ninguna otra. Fue insistente, quería ver a su maestro, fue llevada de las tinieblas a la luz de Cristo, ella fue la primera en ver a su Señor resucitado y su amor fue recompensado enormemente al ser comisionada para decirle a los discípulos que Jesús había resucitado.
Jesús no solo tuvo doce discípulos, sino también “discípulas”, por decirlo así, Lucas simplemente las llamó “Mujeres”, ellas le seguían, le servían y escuchaban Sus enseñanzas junto a los doce discípulos. Ellas atendían Sus necesidades y Él nunca se avergonzó de ellas, fueron más fieles, más valientes que los hombres, cuando todos huyeron, menos Juan, ellas se quedaron en Su hora más oscura. Lo vieron sufrir una crucifixión sangrienta por largas seis horas sin irse de Su lado. Las mujeres somos del corazón, emotivas, lloramos cuando vemos sufrir a alguien, somos sensibles por naturaleza, así que ver morir a un hombre de esa manera tocó las fibras más profundas de su ser y por eso lloraron con toda el alma, no se fueron, se quedaron a pesar de todo. En Su tumba querían seguirlo cuidando y en Su resurrección lo amaron aún más.
Los primeros rostros que vio nuestro Señor Jesús, no fueron de sus queridos once hombres, fueron los rostros de bellas mujeres que se morían de amor por Él y llevaron el mensaje de resurrección a esos mismos hombres, así no les creyeran, pues en esa época las palabras de la mujer no valían, se les tenían en poco, eran consideradas desequilibradas y se les veía como un mueble más. El Señor les dio su lugar mientras que la religión y la sociedad las despreciaban.
Ellas no podían entrar al templo de Herodes, no tenían voz, ni voto, no podían opinar, ni para casarse ni para divorciase, no tenían educación, solo podía ser amas de casa y educar hijos. Sin embargo, ellas estuvieron en el Aposento Alto. La mujer representa a Su novia, a la iglesia de Cristo, somos coherederas con Él, somos valiosas y amadas por Dios, esta es nuestra posición en Cristo y Su lucha de sangre también fue por nosotras, murió para recatarnos, para liberarnos, limpiarnos, perdonarnos, darnos nueva vida y ser cautivadas por Su amor.
Así es como Él nos ve, con ojos de amor y de misericordia.
Muy bella reflexión 😍