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Adriana Lelión

…MAS AHORA MIS OJOS TE VEN


Tomado de www.pixabay.com

Hace muchos años, cuando comencé a caminar con Dios, leí el libro de Job y me pareció terrible su historia, no entendía mucho acerca de los caminos del Señor, tan misteriosos ellos, pero al mismo tiempo tan profundos. Hablar del libro de Job, para mí era algo extraño, la verdad no me gustaba; recuerdo cuando Manolo murió y el día de su funeral alguien se me acercó y me dijo: “Dios dio y Dios quitó”, me acordé que esas fueron las palabras citadas por Job por allá en el capítulo 1. En ese momento lo que esta persona me dijo, me dolió profundamente, estas palabras no trajeron consuelo a mi corazón y me parecieron odiosas, aunque sabía que eran bíblicas.


Me encontré sola frente al ataúd, con mis ilusiones rotas. Pero, supe que mi sufrimiento no era como el de Job y, sin embargo, este hombre pudo decirlas en su peor momento.


Después de once años comprendí que mi sufrimiento, que no se parecía en lo más mínimo al de Job, era mío, era mi cruz, mi dosis de padecimiento, era un regalo de Dios sin saberlo y sin entenderlo, uno que me atraería más a Él, uno que me haría desearlo a Él mucho más, uno que me haría navegar por las profundidades de su presencia, que, de otra manera, no pasaría. Mi adversidad me hizo entender que todo es de Él, hasta la vida misma y ahí si pude comprender las bellas, pero dolorosas palabras de Job: “El Señor dio y el Señor quitó” Job 1: 21.


Dios me dio algo mucho más grande que cualquier adversidad, encontré un gran tesoro, encontré la presencia de Jesús en medio de mi aflicción.


Cuando todo es despojado de nuestras vidas y solo nos queda Dios, allí encontramos nuestra verdadera riqueza. Una riqueza que no se la comerán las polillas, ni será hurtada, ni destruida por el óxido.


Tengo amigos cercanos que sufren y entre más sufren, más alaban al Señor, sus angustias se convierten en adoración para Él. Dios es más glorificado cuando estamos siendo probados, pues encontramos en Él la esperanza. A través de estas aflicciones que son momentáneas, somos llevados a la madurez, somos purificados, perfeccionados, pulidos, refinados, conocemos más de los caminos del Señor, somos llevados más y más a la medida de la Estatura de la Plenitud de Cristo.


Job después de su gran prueba pudo exclamar: “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven” Job 42:5, Job encontró en Dios su verdadera riqueza, pues su verdadero tesoro no eran sus hijos, ni su mujer, ni sus bienes, ni sus tierras, ni su ganado, ni su salud, su tesoro era Dios mismo y no lo había visto. Nuestra porción es el Señor, ¡qué maravillosa herencia tenemos!, Cristo mismo.


Y esto también se puede trasladar a lo espiritual, los hijos de Job representan nuestras obras; los bienes, los dones; la salud, nuestras virtudes y Cristo es más que todo eso, podemos perder nuestras obras, nuestros dones, ministerios, virtudes, capacidades y todo lo demás, pero ganamos algo mayor, lo ganamos a Él.


“El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas cayeron para mí en lugares agradables; en verdad mi herencia es hermosa para mí”. Salmo 16: 5- 6


Job comprendió que no podía reclamarle nada a Dios y aunque fue declarado varón perfecto y recto, temeroso y apartado del mal por el mismo Señor, debía reconocer la Soberanía de Dios en todas las circunstancias, y cuando Dios contendió con él y le mostró Su Grandeza en la creación, Job tuvo que callar y admitir su poco conocimiento de los caminos del Señor.


A través de su prueba de dolor, sus ojos vieron al Señor como nunca antes, en polvo y en ceniza entendió la Soberanía y la Grandeza de Dios. Job no le pidió a Él que le devolviera nada de lo que le había sido quitado; sin embargo, Dios le devolvió multiplicado, pero con un corazón vacío de sí mismo y sometido a Su entera voluntad.


Job no fue el mismo después de esto, a pesar de que por allá en Job 16 se quejó de que Dios lo había puesto por blanco suyo y que lo había despedazado, pero ¡qué diferente fue en Job 42!, lo había entendido todo. Dios trabaja en nosotros para la eternidad.


No sé cuál es tu dificultad o tus dificultades, pero mi oración es que encuentres en Él tu tesoro y si de oídas lo has oído, que tus ojos puedan verlo como nunca antes.


“Y parándose Jesús, los llamó, y dijo: ¿Qué queréis que haga por vosotros? Ellos le dicen: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Entonces Jesús, teniendo misericordia de ellos, les tocó los ojos, y luego sus ojos recibieron la vista; y le siguieron Mateo 20: 32 – 34.


Que este sea el verdadero clamor de nuestro corazón: “SEÑOR, QUE SEAN ABIERTOS NUESTROS OJOS”.


Hasta la próxima.

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