Pasamos mucho tiempo tratando de impresionar a Dios en nuestra vida cristiana. ¡Qué experta es nuestra naturaleza en guardar apariencias!
No necesitamos fingir delante de Él. No necesitamos disfrazarnos para estar en comunión con otros y con el Señor. Dios nos invita a disfrutarlo y a descansar en su amor, no a impresionarlo. Pasamos toda nuestra vida tratando de impresionar a un Dios que no se impresiona por nada y que no está llenando lista de chequeos con nosotros.
Dios está contigo cuando estás en el baño, cuando estás duchándote, en la cocina, en tu cuarto, en el parque, cuando estás en el supermercado haciendo una larga fila o en un banco, cuando vas en tu coche enojado por el tráfico o en el transporte público. Donde sea y a la hora que sea, Él está ahí contigo. No necesitamos fingir algo que no somos, no necesitamos aparentar para hacerle guiños a un Dios que sabe cuántos cabellos tenemos en nuestra cabeza. (Ver Salmo 139).
El Señor te conoce, sabe quién eres. No necesitamos hacer grandes cosas para Dios por ganar puntos con Él. Eso dejó de importarle hace más de dos mil años. Conoce tus fracasos y tus errores diarios, y no se espanta por eso. Te ama más de lo que tú y yo nos alcanzamos a imaginar.
Sin embargo, muchas veces no somos honestos con otros, porque sabemos que seremos juzgados o malinterpretados. Ser honestos con los demás a veces te va a acarrear que pierdas amigos. Y por eso callamos. Vivimos de apariencias, pues nos da pena mostrar quiénes somos realmente.
Cada fracaso, cada debilidad o tentación con la que luchamos, cada camino incorrecto que tomamos, cada decisión absurda que nos hace tropezar y caer, todo lo conoce Él. Y aun así nos ama. Y es precisamente por ese amor infinito que desea transformarnos y que la imagen de su Hijo sea formada en nosotros.
El amor de Dios es más grande que tus fracasos, errores y debilidades. Tus fracasos y errores no te definen.
Pero, la gente vive en este mundo tratando de llenar expectativas en el afán de hallar aceptación, para no ser rechazados y por ende, no salir lastimados. Pensamos que ocultando quiénes somos, agradaremos a los demás. Somos expertos en encubrir nuestras partes rotas, en maquillar nuestras debilidades. Y por eso muchas veces ocultamos nuestro dolor, pues sabemos que seremos descalificados. Entonces, pretendemos que somos mejores de lo que realmente somos.
Pero ¿te digo algo? Con Dios no necesitas fingir. Quien más te conoce, es quien más te ama. Eso debería darnos la libertad para mostrarnos tal y como somos, a riesgo de perder a mucha gente. Y quizás esa gente que vamos a perder, en realidad no eran nuestros amigos.
Hay comunión con Dios y con los demás cuando somos reales y auténticos. Ser honestos es tan necesario, pues decir la verdad nos libera. Nuestra naturaleza no se diseñó para esconder. Jesús dijo: “YO SOY”. Él era quien dijo que era, sin máscaras. Siempre fue sincero y permitió que la gente lo conociera en su día a día. Y cuando compartimos con los demás, revelamos lo que somos.
Para que haya fraternidad necesitamos mostrarnos con todas nuestras imperfecciones. No hay pecadores más grandes o más pequeños, hay pecados más ocultos que otros, pero todos pecamos, de una forma o de otra. Unos de manera pública y la mayoría de las veces, lo hacemos en forma privada, allí donde nadie nos ve. Todos somos pecadores redimidos por el Señor, no somos productos terminados. Nuestras vidas tienen desorden en algún punto y solamente dejamos ver las partes más ordenadas. Así como cuando alguien va a visitarte, organizas tu casa para que no vean por ahí algún desorden o cuando te tomas alguna foto, tratas de que todo se vea perfecto.
Los demás son nuestros espejos y esto nos debe dar la capacidad de ser empáticos y humildes. Podemos exponer nuestras luchas, nuestras debilidades y errores. Y sí, existirá el riesgo de ser señalados y rechazados, pues yo lo he visto en mi vida. Mucha gente que ha visto mis fracasos y caídas se han apartado de mí. Pero aquellos que verdaderamente nos aman y son nuestros amigos, nos amarán como somos. Y esas relaciones se van afianzar porque no tendremos que fingir nunca más. El amor del Padre nos da la oportunidad de vivir sin fingimiento, ni apariencias.
¿Te acuerdas de los amigos de Job? Ellos fueron quienes más causaron dolor a su corazón. Y el Señor dejó esa historia para enseñarnos a no ser como ellos. Sacaron conclusiones apresuradas y no fueron capaces de llorar con Job. No le preguntaron: ¿Cómo te sientes?Simplemente se sentaron en el trono del juicio a observarlo y a advertir en qué había pecado, ya que, para ellos, Job tuvo que haber desobedecido en algo, para que le sobrevinieran todas estas pruebas.
No estamos llamados a quebrar una caña cascada con afirmaciones o preguntas incómodas que duelen. Fuimos llamados a llorar con los que lloran y a tener misericordia. La razón por la que muchas personas se alejan, es porque no encuentran empatía, sino duros señalamientos y fuertes críticas.
Que Dios nos enseñe a ser humildes y a ser buenos amigos. Que Dios nos dé la capacidad de decir siempre la verdad, de ser honestos, auténticos y sin máscaras. Y si nos rechazan por mostrarnos tal y como somos, tenemos a un Dios que no nos rechaza, que no nos descalifica, que no se desilusiona de nosotros y que nos ama. No necesitamos impresionarlo.
Hasta la próxima.
A.L.
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