Mi abuela decía que a una gallina no se le pueden poner las plumas después que se las han arrancado. ¡Qué sabiduría la de mi abuela!
Una palabra mal expresada, una expresión ofensiva, un comentario sarcástico, dejan un sabor amargo, ácido en el corazón, dejan una herida. Nuestras palabras pueden ser miel o pueden ser ajenjo. Qué importante es Su sabiduría y Su prudencia en los dichos de nuestra boca.
"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, (el cual da a todos abundantemente, y sin reproche) y le será dada". Santiago 1: 5
Si lo de nosotros no son las palabras, si somos bruscos, duros para decir las cosas, si no pensamos antes de hablar, si nos falta miel en lo que expresamos a los demás, podemos ir a Aquel que puede sazonar nuestros dichos con Su amor.
El Salmista sabía que las palabras del Señor eran dulces a su paladar, como miel a su boca (Salmo 119: 103). Porque aun una palabra de corrección por parte de Él está bañada con Su gran amor.
No permitamos que ninguna raíz de amargura se anide en nuestro corazón y sature nuestras palabras de sarcasmo, de dureza, de frialdad, de ajenjo. Recordemos que incluso cuando fue arrestado, nuestro Señor le dijo "amigo" a Judas, y se lo dijo con tanto amor y sin reproches, que esto perforó profundamente el corazón de Judas y ya sabemos lo que sucedió.
Tengamos cuidado con lo que decimos, seamos fuentes de bendición, de salud a nuestros oyentes. Permitamos al Señor bañar nuestras palabras con la dulzura de su paladar y con el olor de sus labios que como lirios destilan mirra fragante.
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