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Adriana Lelión

PERDIENDO PARA GANAR


Y yéndose un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando, y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso; pero no como yo quiero, sino como tú. Mateo 26: 39

En el huerto de Getsemaní nuestro Señor tuvo Sus horas oscuras de dolor antes de ser arrestado –pasa de mí esta copa, pero que no se haga como yo quiero, sino como tú– dijo a Su Padre en medio de dolor y de sudor como gotas de sangre, fue Su hora de agonía y de muerte a Su propia voluntad, de ahí que, Getsemaní significa “prensa del aceite”. Esto también se compara con el lagar, el estanque donde se contenían las uvas al pisarlas.


Si hay algo que la cruz nos demuestra es que ganamos, perdiendo. No podemos recibir nada de Dios hasta que no renunciemos a nuestra propia vida. “No como yo quiero, sino como tú”, gritó Jesús en su hora de dolor. Y estas palabras no son fáciles de pronunciar, pero podemos valorar estas palabras y experimentarlas cuando nosotros también pasemos por nuestro Getsemaní y nuestro Gólgota tarde que temprano, hasta ese momento solo estamos recitando unas palabras sin sentido, y no sabremos lo que significa realmente entregarnos a Dios, consagrarnos a Él y someternos por completo a Su señorío.


La cruz nos revela muchas veces que nuestra consagración no es real ni completa y nos damos cuenta de que todavía hay muchas cosas externas e internas que nos atan. La cruz desbarata nuestros propios caminos, hace añicos nuestro castillo de sueños y frustra muchos de nuestros planes para tratar con nosotros, la cruz obra la paciencia en nuestras vidas, somos ejercitados en ella para obtener el fruto que Dios desea. ¡Cuántas raíces ocultas en el corazón que deben ser expuestas para ser arrancadas!


Como dijo A. B. Simpson: No podemos predicar a un Salvador crucificado sin ser también hombres y mujeres crucificados. No es suficiente llevar una cruz ornamental como una bonita decoración. La cruz de la que Pablo habla fue quemada en su propia carne, fue marcada en su ser, y solo el Espíritu Santo puede quemar la verdadera cruz en nuestra vida más íntima.


La cruz es lo único que nos prepara para renunciar, perdiendo nuestra vida a través de ella ganamos la vida de Cristo.

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