¿QUÉ HACE LA DIFERENCIA?
- Adriana Lelión
- 12 ago 2023
- 4 Min. de lectura

Hay momentos para estar quietos, en silencio, meditando en lo que el Señor es y representa para nosotros, y en lo que Él ha hecho EN nosotros. Y esta semana ha sido así para mí. En algunas situaciones, la gente esperaría que uno respondiera de cierta manera, sin embargo, he respondido de acuerdo a la vida que ahora está en mí y me he sorprendido; hoy compruebo que Cristo sí ha obrado en mi corazón, Él ha ido forjando su vida en mí y veo que ya no soy yo, sino Él. No nos engañemos, nuestra naturaleza es solapada y puede llegar a hacer lo impensable, aquello que decimos que no lo haríamos, lo podemos hacer porque así de repugnante es nuestra carne, pero lo realmente importante es lo que Cristo es y hace en cada uno de nosotros, lo que Él ha ido forjando de Él mismo en nuestro ser y con base en eso es que, respondemos a las situaciones diarias de nuestra vida, ahí podemos observar cuánto de Cristo tenemos y cuánto aún no.
¿Y qué hace que le permitamos hacer la obra en nuestra vida? Arrojarnos a los brazos de su amor hace la diferencia. Hace muchos años conocí del Señor o más bien Él me conoció a mí y comencé a caminar de manera religiosa. Y no fue hasta que me arrojé a sus brazos y descansé en su amor, que comencé a obedecer y a dejar que Él se encargara de transformar mi corazón. No avanzamos cuando nos estancamos en el deseo de simplemente obedecerlo porque toca o porque así lo dice la Biblia. Es cuando nos dejamos abrazar por el amor de Dios que comenzamos a desear con todas nuestras fuerzas obedecerle, nos rendimos a la guía de su Espíritu y dejamos que Él escriba sus leyes en nuestro corazón. El Señor lo dijo muy claro: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14: 15); es por amor, no por obligación religiosa. ¿Sabes por qué hubo gente que lo dio todo todo por el Señor hasta el punto de morir por Él? Porque descubrieron el amor de Dios y ese amor los hizo ir más lejos.
Nuestro cristianismo puede volverse frío con los años, monótono, lleno de reglas por cumplir y de simples actividades por hacer. Seguir a Jesús solo por miedo o por obligación nos aleja de ese gran amor, esto no transforma a nadie. La vida con el Señor es una vida de amor. Muchos siguen a Jesús porque les da algo a cambio, lo siguen desde sus propios esfuerzos, llenando requisitos y no desde un amor profundo por Él. Y cuando vivimos de manera religiosa, nos volvemos duros con los demás, todo lo criticamos, señalamos los defectos de otros fácilmente, juzgamos sin piedad y pasamos nuestra vida tratando de que los demás hagan lo que queremos y deseando controlarlos.
Todos esos años en la travesía por el desierto, el pueblo de Israel dudó del amor y del cuidado de Dios por ellos, y entre más el Señor les mostraba su gran amor, más se alejaban de Él con sus críticas e insatisfacciones. Dios no nos va poner una soga al cuello para que lo sigamos como perritos amaestrados ni nos va a programar como robots. Dios nos ama y es con base en ese amor que Él espera que confiemos en Él y que lo amemos de tal manera que sea fácil para nosotros obedecerle, tan solo por el simple hecho de amarlo.
Cuando abrazamos su amor y confiamos en Él, podemos creerle y seguirle a pesar del costo, iremos por donde nos lleve porque nuestro amor es más grande que nuestras incertidumbres. Cuando su amor nos llena, no buscaremos llenarnos con las cosas pasajeras de este mundo ni de nuestra carne ni de nuestra religión o creencia. Lo tomaremos de la mano, le sonreiremos mientras Él nos guía por verdes pastos o por lugares desérticos, pues confiaremos en el Dios que amamos y que nos ama inmensamente.
Cuando llegaron los espías a donde Moisés, le dieron el informe de sus observaciones y le relataron que habían visto que en la tierra de Canaán fluía leche y miel, y que el fruto de ella era en gran manera abundante; no obstante, también vieron que en esta tierra había gigantes y que era gente más poderosa y fuerte que ellos. ¿Qué es lo que observas de Cristo cuando lo contemplas? ¿Una tierra que fluye leche y miel, cuya vida es abundante y que puedes ser saciado (a) por completo? ¿O ves el costo de seguirlo? De eso depende que te arrojes a sus brazos y le permitas que Él se forje en tu vida. Si hemos visto cuán hermoso es el Señor, si hemos visto su gloria, si hemos degustado de su vida y de su gran amor que es como leche y miel, podemos arrojarnos en los brazos de su amor y dejar que Él haga su obra en nosotros. O simplemente podemos ver el costo, ver todos los gigantes que el Señor debe conquistar en nuestro corazón y simplemente darle la espalda como aquel joven rico y seguir con nuestra vida religiosa.
Si lo observamos como Caleb y Josué observaron la tierra, seremos cautivados por Él.
“… porque en él habita toda plenitud de la Divinidad corporalmente, y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo principado y potestad”. Colosenses 2: 9 - 10
Hasta la próxima.
A.L.
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