“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dijo el SEÑOR, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. Jeremías 29: 11
El contexto de este versículo es en medio de un pueblo que desobedeció al Señor en todas las formas posibles, ellos fueron un pueblo rebelde y lleno de contradicciones, se entregaron a dioses ajenos, practicaron todo tipo de aberraciones en nombre de Dios, no se humillaron ni se arrepintieron de sus malos caminos, entonces el Señor tuvo que disciplinarlos por amor, tuvo que llevarlos cautivos a Babilonia, el Señor los envió al exilio.
Sin embargo, en el capítulo anterior de Jeremías 29, leemos de un tal profeta Hananías profetizando bendición, les dijo que todo estaría bien, que frescos que pronto regresarían a Jerusalén, su profecía era falsa, ¿y no es esto lo que oímos en estos tiempos?, gente profetizando que todo estará bien, que declare bendición, que decrete, que reclame su victoria.
Me acuerdo que cuando Manolo estaba tan enfermo recibía todos los días palabras que declaraban sanidad para él, provenían de muchas personas con las mejores intenciones; sin embargo, no era lo que el Señor declaraba, Dios me estaba llevando a través de la noche oscura para mostrarme sus caminos.
Creemos que en la vida cristiana es todo felicidad, y sí, lo es, pero hay que pagar un alto precio para eso, la vida cristiana no es color de rosa ni camino de algodones, la vida con el Señor es costosa; no obstante, es inmensamente gloriosa. Anhelamos alegría, mas no deseamos el exilio y es precisamente lo que hará el exilio, matar todo vestigio de nuestra vida natural; deseamos ser fuerte en Jesús, sin embargo, no queremos el madero de Cristo; queremos la perfección del Señor en nuestras vidas, pero sin el dolor.
Sí, el Señor le traería al pueblo de Israel esa paz tan anhelada, pero tendrían que ir al exilio, el Señor los invitó a florecer en medio de su cautividad, a buscar su rostro en medio de la oscuridad de Babilonia, para encontrarlo a Él en medio de la tragedia, los llevó allí por amor, para corregir su corazón, para atraerlos a Él con cuerdas de amor.
Buscamos algo que está más allá de nosotros, buscamos su reino, somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, buscamos esa ciudad cuyo constructor y arquitecto es Dios, la ciudad celestial; no obstante, el Señor no nos llama a escaparnos de las pruebas y dificultades, sino a florecer en ellas. Nuestra vida en Dios es más que todo esto que tenemos, nuestra vida en Dios no acaba con el exilio, es allí precisamente donde conocemos más al Señor. Él nos llama a resistir en medio de las pruebas y dificultades, porque Él venció, nuestro sufrimiento nos hace desear algo más, desearlo a Él, desear un mejor lugar, un reino celestial.
El pueblo de Israel fracasó no una, ni dos, sino muchas veces, al igual que lo hacemos nosotros, a veces lo hacemos de manera pública y frecuentemente en pequeñas cosas en nuestra vida cotidiana. Una y otra vez nuestros fracasos nos dicen que en nosotros mismos no tenemos nada, dependemos de la gracia infinita de Cristo. Y no es que Dios se sorprenda, Él ya nos conoce, por eso no se ilusiona con nosotros, Él sabe nuestra condición, pero esos pequeños o grandes fracasos nos enseñan acerca de nosotros mismos y de nuestra incapacidad ante el Señor y Él utiliza nuestros fracasos para su gloria.
Un ejemplo es el rey David cuando censó al pueblo, qué gran tragedia para David fue esto, le costó mucho, Dios tuvo que corregirlo, pero él se arrepintió y construyó un altar en la era de Arauna el Jebuseo, y en ese mismo lugar de fracaso, de castigo y de arrepentimiento, el Señor lo restauró y se construyó el templo.
Dios no busca nuestros éxitos, el Señor busca corazones que se derramen ante Él, busca que reconozcamos que somos polvo y que sin Él no somos nada, busca que nos arrepintamos y nos dejemos corregir el corazón, busca que dependamos de Él.
Dios no habita en templos hechos de manos de hombres, habita en nosotros y es allí en la misma escena de nuestro fracaso que el Señor puede obrar, es en esos fracasos que nos damos cuenta que no podemos confiar en nosotros mismos, ni en nuestros recursos o capacidades, ni en nuestras oraciones o promesas, ni en absolutamente nada, y es allí en las ruinas de nuestra autoconfianza que aprendemos a confiar solo en el Señor y apegarnos más a Él.
Dios utiliza nuestros fracasos para mostrarnos su infinito amor, su misericordia y su suficiencia, porque no hay nada más glorioso que apoyarnos en un Dios que nos ama y que sabe lo que hace y porqué lo hace.
Señor te pido por la persona que lee este mensaje, que sea llena de tu infinito amor y misericordia, y que pueda ver tus huellas digitales en las circunstancias por las que está atravesando en este momento, que pueda sentir tu presencia en el exilio al cual quizás las estás llevando, que tu luz resplandezca en su corazón y pueda ver tu Gloria y tu bondad en medio de sus fracasos, restaura completamente su vida en Cristo Jesús. Amén.
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