“Y estos tres varones, Sadrac, Mesac, y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo”. Daniel 3: 23
Cuando uno lee este capítulo queda aterrado de la arrogancia de este hombre llamado Nabucodonosor, pero también uno se asombra de la grandeza de nuestro Señor. La estatua que este rey mandó a hacer, era un símbolo de sí mismo, de su orgullo, de su prepotencia, pues a sus ojos no había otro como él. Nuestro mayor enemigo no es el diablo, somos nosotros mismos. Hay un dios por derrocar y ese es nuestro “yo”, con su manera de pensar y de hacer las cosas. Esa es la estatua de oro en el corazón.
Estos tres chicos hebreos estaban en serios problemas, ellos no quisieron postrarse ante esa estatua de oro que el rey Nabucodonosor ordenó adorar. Sabían que todo aquel que no lo hiciera sería echado en el horno de fuego; y, sin embargo, no temieron a esta orden, ellos confiaron su causa al Señor. Sus palabras fueron: “He aquí, nuestro Dios a quien honramos, puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que a tu dios no adoraremos, y la estatua que tú levantaste, no honraremos” (Daniel 3: 17 – 18). Quizás estaban temblando cuando pronunciaron estas palabras, pero lo hicieron en fe porque conocían al Señor como poderoso gigante, su mirada estaba puesta en Él. Su declaración fue muy valiente: “Y si no…”, incluso ante lo peor, ellos no iban a postrarse delante de ningún otro dios. Para ellos, el Señor era suficiente. ¡Qué confianza tan absoluta en Dios!
El rey se enojó, le hirieron su orgullo. Entonces ordenó calentar el horno siete veces más, no solo una ni dos, sino siete. ¡Qué perfecto iba a ser el propósito de Dios para su gloria! Todo iba a obrar para bien en la vida de estos tres jóvenes hebreos, nada iba a ser casualidad, nada estaría fuera de su control soberano. Y no solo se calentó este horno mucho más, sino que el rey ordenó que los ataran de pies y de manos, y envió a los hombres más fuertes para esta labor, se cercioró de que no pudieran escapar. Los ataron con sus mismos mantos, turbantes, vestidos y sus calzas. Nada iba a quedar de ellos, según el rey, porque no se iban a burlar de él ni lo iban a traicionar. No le importó ni cinco la muerte de estos hombres fuertes por causa de las llamas, a él lo único que le importaba era su reputación.
Y Dios no evitó que estos tres chicos fueran arrojados al horno. Dios no va a evitar nuestras pruebas y tribulaciones, no siempre va a impedir los ataques del enemigo contra nosotros, pero sí hallaremos la gracia de Dios en esas llamas ardientes, encontraremos al Señor como lo encontraron estos tres jóvenes. Podemos renegar, amargarnos, patalear o abrazar la cruz que tenemos por delante como hijos de Dios. No siempre el Señor nos va a salvar del horno de fuego; sin embargo, sí nos invita a abrazarlo a Él en medio de las flamas de la prueba. Su gracia es suficiente para hacer lo que nosotros no podemos en nuestras fuerzas. Allí en el fuego estos tres muchachos vieron al Señor, fueron desatados por Dios, vieron a la misma Gracia que nos sostiene a nosotros, es en el fuego que vemos a Jesús como nuestra fuerza, como nuestra única victoria.
Cuando el rey Nabucodonosor se asomó al horno vio no solo a tres hombres, sino a cuatro y el cuarto era semejante al hijo de Dios. Hay situaciones que realmente se nos salen de control y estamos atados de pies y manos, y no vemos la solución por ninguna parte, pero todo es posible para Él, mientras el Señor esté presente nada es imposible para Dios. Jesús es Señor de las circunstancias, Él gobierna sobre todos los asuntos, Él es Señor de nuestro futuro, nuestra vida está en sus manos. Esa Gracia maravillosa que hemos recibido y que vive dentro de nosotros es nuestro Señor Jesús y Él es nuestra fuerza, no hay nada que podamos hacer sin esa gracia, no hay nada que podamos soportar sin Cristo, todo es hecho por y a través de Él.
“He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción”. Isaías 48: 10
Nuestra vida natural será chamuscada en el horno de aflicción. Dios no está refinando nuestro “yo”, el Señor está destruyendo todo lo que somos en la vida de Adán para forjar al nuevo Adán dentro de nosotros, Cristo es forjado en nuestro interior en el horno de la prueba. Él no está haciendo un mejor “yo”, Él está acabando por completo toda la vida de ese “yo” en ese crisol. El horno de aflicción es la aplicación de la cruz en nuestras vidas. En el Reino de Dios es todo de Cristo y nada nuestro. El horno de aflicción es para aquellos que por la fe estamos en Jesús. Ese es el aumento de Cristo y nuestra disminución. Ese dios que hemos hecho de nuestras vidas será tratado en esa hoguera candente. La vara de medir está puesta y es nuestro Señor Jesús, todo será medido en Cristo. Él es nuestro estándar establecido.
“… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo…” Efesios 4: 13
“… y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad…” Colosenses 2: 10
Las plagas sobre Egipto significaban una cosa, que Dios no tiene nada que ver con el mundo ni una pezuña iba a quedar, el amor por el mundo será extirpado de nuestros corazones en el horno de fuego de la aflicción, este fue el claro mensaje del Señor al pueblo de Israel y a Egipto, y es el mensaje para nosotros hoy. El fuego purgará hasta el fondo y chamuscará toda nuestra vida natural.
Si nuestras preguntas son porqué estamos pasando por dificultades, porqué sentimos presión por todas partes, porqué Dios está siendo implacable con aquellas cosas en nuestra vida que Él quiere ver fuera de nosotros. La respuesta es porque hemos recibido una vida que no es cualquier cosa, tenemos hoy la Vida de Resurrección y eso al enemigo, al mundo, al sistema religioso, a nuestra misma carne no le va a gustar. El Señor quiere llevarnos a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, a la Estatura de la Plenitud de Cristo. La salvación es un comienzo, pero no es su propósito final. Su deseo es que Jesús tenga la preeminencia sobre nuestra vida y sobre todas las cosas, que Jesús sea todo en todos. Cuando Cristo tiene la preeminencia en nuestras vidas, nada queda de nosotros, nada más compite con Él, nada brilla en nuestros corazones, todas las luces se apagan ante el resplandor de su vida.
Estos tres muchachos fueron probados y salieron ilesos porque el Señor estaba con ellos, confiaron en su Dios, abrazaron al Señor en ese horno de fuego, encontraron la Gracia para salir victoriosos. La victoria es nuestro Señor Jesús y Él reina sobre nuestras circunstancias. Nabucodonosor tuvo que reconocer la grandeza del Dios de estos tres chicos, reconoció que Dios había enviado a su ángel para librarlos. Y dijo algo interesante: “y libró a sus siervos que esperaron en él”. Este rey vio lo que debemos ver nosotros por Su Espíritu, no estamos solos, Él nunca nos dejará ni nos abandonará. Dios no defrauda a aquellos que lo esperan a Él, a los que reconocen el señorío de Cristo sobre sus vidas. Necesitamos rendirnos a sus tratos y dejar que Él obre a su manera. Estos chicos se rindieron al Señor, esperaron en Él y fueron librados. Cuando encontramos la gracia de nuestro Señor, todo tendrá sentido para nosotros y todo valdrá la pena, así el horno se caliente siete veces más. Todo valió la pena para Sadrac, Mesac y Abed-nego, porque hallaron algo más grande en ese horno de fuego, lo hallaron a Él.
Nabucodonosor vio la grandeza de Dios, y cuando la luz y la vida de Jesús se desarrollen y se reflejen en nosotros, el mundo hambriento de Él lo verá. Cuando Cristo tenga la preeminencia toda lengua confesara que Él es el Señor, toda rodilla se doblará ante su grandeza (Filipenses 2: 9 -11). El mundo sabrá que Él es el camino, que Él es la verdad absoluta y que Él es la vida, sabrán que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios (Hebreos 1: 3) y que la plenitud de Dios habita en Él (Colosenses 2: 9).
La Resurrección y la Vida estaba en ese horno de fuego, y cuando Jesús está presente todo obra para nuestro bien y para su gloria, así no lo veamos o no lo logremos entender. Aferrémonos a Cristo, Él es todo lo que tenemos, Él es nuestra vida ahora, no desfallezcamos ante las circunstancias por muy oscuras que estén. El Señor es Dios de todo, Él camina entre las llamas de fuego y es poderoso para librarnos, Él es la respuesta a cada una de nuestras necesidades, Él puede hacer lo que no podemos, todo es posible porque Él está presente, como lo estuvo en el horno de fuego con estos tres jóvenes hebreos.
Y si las cosas no salen como deseamos, si nuestras oraciones no son respondidas como esperamos, si las circunstancias empeoran, nuestro Dios sigue en el trono, Él nunca cambia. Él nos llevará de su mano en las situaciones más angustiantes, debajo de sus alas estaremos seguros. Dios es suficiente.
Hasta la próxima.
A.L
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