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Adriana Lelión

SÁLVAME O GLORIFICA TU NOMBRE



Cuando Jacob salió de su casa, su corazón estaba torcido, perdió su hogar y sus posesiones porque no era ninguna perita en dulce (ver Génesis 27).  Y en su camino hasta la casa de su tío Labán, llegó a un lugar llamado Peniel y allí pasó la noche. Y Dios le dio un sueño y cuando despertó estaba asombrado de dicho sueño y exclamó: “El Señor está en este lugar, cuán espantoso es”. (Génesis 28).


En ese sueño Dios le hizo preciosas promesas, aun con un corazón torcido, un corazón que todavía no había sido transformado. Y Jacob inmediatamente mostró lo que había en su corazón cuando hizo un voto al Señor, cosa que Dios no le pidió que hiciera.


Dios no nos pide que hagamos votos porque sabe que en nuestra naturaleza no los cumpliremos, nuestro corazón es inconstante, no es confiable; es Dios quien hace las promesas y se compromete con ellas. ¿No les parece interesante que, en el huerto del Edén, Dios no les hizo hacer votos a Adán y a su mujer cuando los bendijo?


Entonces, de acuerdo a su corazón, Jacob comenzó a decir: “Si fuere…, si me guardares…, si me dieres…si tuviera…, el diezmo apartaré para ti”. ¡¡Cuál diezmo!! El Señor no le estaba pidiendo diezmos. Este hombre quería negociar con Dios, quería un Dios al estilo cajero automático. Este sueño lo recibió alguien que no había sido transformado, pero Dios le tenía preparada su transformación porque el Señor no ve el instante presente, Él ve el producto final.


Cuando Jacob llegó a la casa de su querido tío, se encontró con otro más torcido que él.  Y a través de esto y de muchas cosas más, Jacob fue tratado y su corazón fue cambiado; el hijo consentido de mamá Rebeca, pasó a ser un jornalero abusado por su tío. El Señor es sabio y misericordioso, y cuando Jacob regresó a Peniel años después, Dios le había dado un nuevo corazón.  


Cuando el Señor Jesús estaba a punto de morir, les dijo a sus discípulos: “Mi alma está turbada, ¿qué diré? Padre, sálvame en esta hora” (Juan 12: 27 – 28). Jesús no iba a negociar con su Padre como lo hizo Jacob. Jesús dijo: “Glorifica tu nombre”. Nuestras oraciones están llenas de PQRS (peticiones, quejas, reclamos y sugerencias), quisiéramos a un Dios al estilo lámpara de Aladino, y negociamos con Él ―si me das esto, yo hago aquello, si me das lo otro, yo hago esto―.


Jesús no le pidió a su Padre que lo salvara de la situación, le pidió que glorificara su nombre en esa situación tan extrema, sabía que a esto había venido, a dar su vida en rescate de la humanidad, una humanidad extraviada, rota por el pecado y la maldad, infiel por naturaleza. Una humanidad torcida en su corazón.


En medio de las situaciones difíciles podemos decir dos cosas: “Sálvame o glorifica tu nombre”. Glorifica tu nombre cuando mi matrimonio está en picada, glorifica tu nombre en medio de ese diagnóstico médico, glorifica tu nombre cuando mis hijos están tan apartados de ti, glorifica tu nombre cuando las finanzas están apretadas, glorifica tu nombre cuando lo he perdido todo, glorifica tu nombre ante la muerte de ese ser amado, glorifica tu nombre cuando estoy incapacitado, glorifica tu nombre cuando hay murmuraciones a mi alrededor, glorifica tu nombre cuando la nubes oscurecen el horizonte y las tormentas caen, glorifica tu nombre en medio de las pruebas y dificultades.  ¿Qué dices tú? Glorifica tu nombre o sálvame.


Todo lo está permitiendo el Señor para transformarnos, porque nuestro corazón está torcido como el de Jacob. Yo he orado muchas veces: “Señor sálvame, Señor no permitas esto, Señor no hagas aquello”. Negociamos con Dios al estilo Jacob, ofrecemos diezmos, ayunos, hacemos lo que sea para chantajear al Señor; no obstante, Jesús nos dio ejemplo, Él dijo “glorifica tu nombre, no huiré, iré a la cruz, pondré mi vida”.


Quizás cuando Dios dice no, nos está salvando de nosotros mismos. Dios nos niega algo, no por egoísta o antipático, sino porque sabe qué es lo mejor para nosotros, su deseo es cambiarnos, cambiar este corazón torcido. Si queremos confiar en Dios, Él proporcionará las situaciones para que eso suceda. Cuando oramos que el Señor forje su carácter en nosotros, entonces Él nos dará situaciones en que eso sucederá. Sus negaciones o tardanzas a muchas de nuestras oraciones no son más que sus misericordias, cada situación nos está moldeando a su imagen y nos está llevando más cerca de su propósito con nosotros.


Así que lo único que podemos decir es: “glorifica tu nombre” en todo lo que suceda en nuestra vida.  


Hasta la próxima.


A. L.

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