A veces somos dados a juzgar las acciones de otros y compararlas con las nuestras y creemos que las nuestras están justificadas y las de los demás no, el motivo de su corazón es más oscuro que el nuestro, al nuestro siempre le ponemos una dosis de benevolencia y al de los demás de maldad.
Es fácil echarle la culpa a los demás de cualquier cosa, disculpándonos y siendo amigables hacia nosotros mismos. Pero, en el fondo nuestra actitud es hipócrita y deshonesta, y para ser libres debemos reconocerlo.
Es bueno acercarnos a los demás para saber la razón de su comportamiento, no podemos asumir algo de alguien si no conocemos sus luchas, sus fracasos, sus heridas, juzgar sin conocer toda la información nos hace jueces implacables y a esto no nos llamó el Señor.
Hay más de los demás que no vemos en la superficie, solo el Señor conoce los motivos profundos del corazón y solo Él puede juzgar aquello que solo sus ojos de fuego pueden ver. El amor cubre multitud de pecados, y es el amor de Dios que restaura y corrige nuestros corazones y el de los demás.
Somos llamados a escuchar antes que hablar, a comprender antes que a juzgar, a amar antes que a odiar, a disculparnos si hemos ofendido tanto intencional como no intencionalmente, a aceptar nuestras ofensas, nuestros errores, nuestros rencores y fracasos.
A veces estamos más preocupados por nuestra reputación, por nuestro orgullo, que por mantener relaciones sanas con los demás.
Busquemos la paz y sigámosla, mientras dependa de nosotros estemos en paz con todas las personas a nuestro alrededor, que el amor de Dios en nosotros cubra las fallas de los demás hacia nosotros. (Ver Romanos 12: 9 -21).
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