Navegar por el dolor me ha permitido entender a los demás, se necesita mucha empatía en nuestras vidas para identificarnos con las aflicciones ajenas, se requiere un trabajo profundo del Señor en nuestros corazones para amar como el Señor nos ama y ver a otros como Dios nos ve.
Y la enseñanza de hoy trata un tema que nos concierne a todos de una o de otra manera. Una realidad tan palpable que a veces la pasamos por alto cuando estamos tan metidos en nuestros asuntos diarios. Espero que estas palabras te ayuden si estás transitando por este duro camino y si no lo estás, algún día te servirán.
Cada año se marca un aniversario en el calendario y el que más duele, es el de la partida de alguien que amamos. En este 2023 cumplo diez años de mi camino como escritora, Dios escogió esta travesía para mí, pues yo tenía otros planes muy diferentes. Y emprendí mi viaje con el libro “En la Escuela del Dolor”, allí relato una prueba que tampoco escogí para mí porque uno no escoge este sendero.
Nuestra humanidad es frágil y la historia de nuestra vida tiene una terminación en esta tierra tarde que temprano. Como una vela que alumbra, que da calor y que se va apagando poco a poco hasta extinguirse por completo; así es la vida que se va de este mundo. Llegas para iluminar y calentar a los que te rodean con tu presencia hasta que es el tiempo de partir.
Y cuando te acercas a un aniversario puedes pensar en muchas cosas, en aquello que fue y ya no es, aquello que no volverá y nunca será más, lo que un día fuiste y ya no eres, pues si algo es seguro es que cuando alguien muere, algo de ti se va con ese ser, eres una nueva persona, te levantas de las cenizas incompleto (a) y con cicatrices.
El aniversario marca a alguien o a algo que ya no está, es una señal que el tiempo pasó. Y no solo puede ser sobre alguien que falleció, sino también de alguien que vive, pero ya que no hace parte de tu vida ni de tu historia.
Los recuerdos de ese ser llegan con una canción que suena a lo lejos, con un sitio conocido, con un olor, con su comida favorita y con tantas cosas más. Los que se van nunca mueren porque están guardados en tu interior, el amor no se extingue, pues está preservado muy en el fondo de tu ser. Su luz se extinguió como aquella vela, no obstante, sus recuerdos están clavados en ti. Mueren cuando se dejan de recordar, cuando no se extrañan más. Sin embargo, mientras conserves tu memoria su recuerdo no se irá. Cada consejo, cada caricia, cada palabra será evocada. El amor no termina con la muerte, se reserva en el corazón.
Llegué hasta aquí después de un dolor muy agudo y no lo hubiera podido hacer sin la fuerza del Señor. En mis primeros años pensé que iba a morir, se sentía pesado, sofocado, imposible de cargar, era un vacío tan profundo que no podía respirar. No veía futuro, no veía el camino, todo estaba nublado. Mi vida estaba en un paréntesis y no sabía cuándo iba a salir de él. El tiempo trascurre y tú quieres retroceder el tiempo y volver a ese momento, que se quede congelado en el tiempo, que esa temporada sea tan larga como el día que el sol se detuvo para Josué. Nada será igual, su voz no será escuchada, su aroma se perderá en el sin número de olores a tu alrededor, no volverás a verlo o a verla, su presencia ya no está más. Y te haces muchas preguntas sin respuestas.
No soy la misma de antes, aprendí que el control no está en mí, que hay situaciones que van más allá de mis fuerzas, que hay cosas que no puedo cambiar, he aprendido a bailar bajo la lluvia, pero todavía me duele esa lluvia cuando toca mi cara. La pérdida se profundiza con los años porque lo que hizo parte de tu vida ya no está, esa historia no fue más. Avancé y sigo avanzando con mi compañera “la pérdida”, está ahí, me acompaña y de vez en cuando me abraza, y aunque a veces anhelo lo que fue, sé que no será más, la vida como una vez la conocí ya no está y es la oportunidad de escribir nuevas historias para guardar nuevos recuerdos. La vida te enseña, vinimos a este mundo a aprender, la pérdida te da lecciones que no te la da otra escuela, el dolor es tu maestro como ningún otro. Hasta que no pierdes y duele, te está faltando una lección. Perdí algo de mí misma y aprendí a buscar a una nueva Adriana, aunque magullada, adolorida, aporreada y llena de cicatrices.
Pero ¿Quién eres cuando ya no eres su hija o su hijo ni su padre o su madre, cuando ya no eres su esposa o su esposo ni su hermana o su hermano, cuando no eres su abuelo o su abuela? ¿Quién eres cuando ya no tienes a quién cuidar? ¿Quién eres incluso cuando ellos siguen presentes para ti en cada cosa que ves a tu alrededor? Lo que sí es seguro es que ya no somos lo que éramos antes que se fueran, quienes somos ahora es lo que importa. Podemos encontrar nuestra identidad en Jesús, somos lo que Él dice que somos, un nuevo amanecer se levanta en el horizonte después de una noche larga y lluviosa, en Dios hay esperanza. Siempre estarán los recuerdos, de aquello que fue y ya no es, los llevaremos en el corazón y en nuestra mente. La vida se extingue, pero el amor no.
En la oscuridad del camino encontré la Luz del Señor que me iluminó y guio mis pasos. He tenido muchas pérdidas y muchos nuevos comienzos a lo largo de la historia de mi vida, pero eso me recuerda que en Dios siempre se puede volver a empezar y en cada aniversario recuerdo que esa Luz está presente conmigo, su Luz nunca podrá extinguirse, aunque las otras pequeñas luces se apaguen.
En tus aniversarios puedes escribir algo de aquella persona que se fue y que no volverás a ver de este lado; escribir me hizo bien a mí, escribe una pequeña nota, una carta, algo que te lo recuerde; o quizás llama alguien y cuéntale algo de esa persona, recuerda algo de ella o de él que te haga reír, prepara su comida favorita, ve a un lugar que juntos visitaban y disfruta su presencia ahí contigo, esparce su perfume o su colonia y siente su olor, abraza su recuerdo. Haz espacio en ti para recordar en su aniversario y piensa en la misericordia del Señor contigo, Él nunca te dejará ni te desamparará, Él llena tu vacío como nada ni nadie lo hará jamás.
Dios me llevó a ser una voz para otros que sufren, busca algo que puedas hacer por otros en honor a esa persona. No dejes que su recuerdo se extinga, que aquello que aprendiste de él o de ella, esas cosas bonitas que te gustaban tanto de ese ser que amas, sea como una pequeña luz que ilumine a otros. Esas lágrimas que han brotado de ti a borbotones son guardadas en la redoma de Dios, Él no te ha dejado solo o sola, Él es tu consuelo en el momento de mayor dolor. Corre a sus brazos y deja que Jesús reescriba tu historia y reconstruya tu vida hecha pedazos.
Las cosas dolorosas también hacen parte de la historia de nuestra vida. ¿Qué sería una película sino no tuviera una trama de dolor, de intriga y de todo lo demás? Al final de tus días verás las huellas de Dios impresas en todas tus circunstancias, contemplarás su amor y su soberanía en el curso de tu existencia.
Fui tan necio e ignorante; debo haberte parecido un animal sin entendimiento. Sin embargo, todavía te pertenezco; me tomas de la mano derecha. Me guías con tu consejo y me conduces a un destino glorioso. ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Te deseo más que cualquier cosa en la tierra. Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu, pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón; él es mío para siempre. Salmos 73: 22 – 26 NTV
Hasta la próxima.
A.L
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